No puedo dejar de escribir estas líneas ante ciertas interpretaciones que pretenden glorificar el suicidio de Favaloro. No soy nadie para juzgar el accionar de tamaña persona. Un hombre de bien, como quedan pocos. Con aportes efectivos al mejoramiento de la salud física de sus semejantes, en el plano teórico y práctico. Pero, frente a tanta situación angustiante que están viviendo los argentinos comunes, no puedo convalidar con mi silencio las exégesis de aquellos que creen ver en la última acción de Favaloro una suerte de genialidad final para inmolarse, en aras de la asistencialidad médica argentina. Podríamos resumir esta interpretación diciendo: «era tan bueno y capaz, que hasta su muerte tuvo un sentido trascendente».
Ya bastante envenenada está nuestra cultura como para que le agreguemos esto.
¿Qué le queda al pobre desocupado, con hijos que alimentar, desorientado, intelectual, social y humanamente? Sin saber hacia dónde disparar, ni a quién acudir. Con amigos impotentes en similar situación a la suya.
No podemos abonar la doctrina de que los últimos héroes que le quedan a la Argentina hacen bien en suicidarse. Los héroes luchan, y hasta dan su vida por los otros, pero en medio de la lucha. Digámoslo de una vez: Favaloro estaba enfermo. Posiblemente no del cuerpo, algo que conocía bastante bien, sino del alma, algo que ni todos los escritores de la historia han llegado a desentrañar a fondo.
Su enfermedad mental debe hacernos pensar en lo grave de la situación argentina, no en su heroicidad. Porque si él, con todos los activos económicos y morales que tenía a su disposición, terminó así, ¿qué le espera al común de los argentinos? Si hasta sus héroes se enferman.
Esta tendencia de los ídolos argentinos a la autodestrucción (pensemos en los casos recientes de cantantes, futbolistas, boxeadores, etc.), bajo alguna de sus formas (accidentes, drogadependencia, etc.), ¿qué significa?
En mi opinión, significa una de estas dos cosas: o que elegimos mal a nuestros ídolos, o que el sistema no quiere modelos. No los tolera. Porque los modelos son los únicos capaces de educar a las masas para cambiar el sistema. Si esto último es cierto, estamos jodidos, porque si el sistema tiende a destruir los ídolos, sin modelos no habrá progreso.
Un modo interesante de percibir el deterioro de la cultura argentina en los últimos 30 años consiste en inventariar los ídolos de entonces y los de ahora. Pensemos en cantantes y músicos, actores y actrices, deportistas, políticos, científicos, empresarios (dónde están los muchachos de entonces).
En síntesis: el suicidio de Favaloro debe hacemos reflexionar no sobre la grandeza de su acto, sino sobre la cuestión general de por qué la sociedad argentina, en las últimas décadas, termina fatalmente fagocitándose a sus modelos.
Favaloro estaba enfermo. Nuestra cultura está enferma. Lo que casi todos buscan solucionar con un enfoque económico, se trata en realidad de un problema cultural. Si se nos condonara la deuda externa, en cinco años volveríamos a estar igual.
Formulo votos para que en la Argentina triunfe el coraje de vivir. Porque para ser feliz hay que saber luchar. Y para saber luchar, hay que tener maestros que nos enseñen cómo hacerlo. Maestros que sepan y que tengan un ámbito donde enseñar. Sin maestros, no habrá progreso. ¿Dónde están los maestros?