(publicado en Suplemento Derecho Económico 22/3/17)
Según un criterio generalmente aceptado, Ciencia empírica es toda disciplina con cuyo conocimiento se puede operar la realidad y predecirla. Tomemos las predicciones de los economistas de los últimos tiempos y veremos que la Economía no cumple con ese requisito. Las predicciones son diversas, así como las recomendaciones de política económica.
La Economía pareciera ser, más bien, una disciplina encaminada a argumentar, de manera pretendidamente científica, a favor de una mejora en la distribución del ingreso que beneficie al grupo de pertenencia del orador en cuestión. Por eso los capitalistas quieren reducir el salario real y los impuestos, los trabajadores reducir la ganancia, y los políticos reducir ambos mientras anuncian lo contrario.
Una manifestación objetiva de este estado de cosas, lo brinda la precariedad de las estadísticas económicas mundiales. Las balanzas de pago de los países presentan diferencias agregadas del orden de los billones de dólares, reflejando la imperfecta contabilización de algo tan elemental como las entradas y salidas de divisas. Casi ningún Estado lleva contabilidad por partida doble, limitándose a una contabilidad financiera sin estado patrimonial asociado. Cualquier estudiante de contabilidad sabe que un sistema de contabilidad tal, es un verdadero flan, porque siempre se puede cocinar adecuadamente al no tener que cuadrarlo con un balance general anual.
Si no se puede siquiera describir lo que sucedió económicamente, menos se puede explicarlo.
Pero no sólo sufre la Economía de problemas de medición práctica, sino que durante la década de 1960 se desplegó una controversia en Cambridge (Inglaterra), que luego se extendió a otras comunidades académicas, titulada La Controversia sobre la Medición del Capital. Allí se discutía cómo medir el capital, si justamente su valor depende de la tasa de interés, que a su vez es determinada por la oferta y demanda agregada de ese mismo capital. Cuando se determina la oferta y demanda de un bien para fijar su precio, dichas ofertas se miden en unidades físicas. En cambio, como el capital es heterogéneo primero debe establecerse su valor a través del descuento de los flujos netos futuros vía una tasa de interés de descuento. Pero sucede que dicha tasa de descuento es justamente función de la oferta y demanda medida con su utilización. Esta circularidad, siempre oculta en los supuestos de los cálculos que realizan las empresas en todo el mundo para hacerse la película de que están proyectando sus flujos de fondos a la hora de tomar decisiones (generalmente se proyecta una tasa de descuento fija), hiere la base lógica de las estimaciones económicas. Por ejemplo, pierde sentido la construcción de una función de oferta agregada, tan necesaria para poder decir algo sobre la macroeconomía. Por supuesto los sacerdotes de la economía callan sobre este aspecto, como en las religiones se calla sobre los agujeros teológicos y sobre las contradicciones teológicas.
A estos problemas lógicos y de medición, ahora se ha agregado otro elemento de perturbación, para los fieles creyentes: los líderes políticos que vienen ganando elecciones en países democráticos centrales (por ahora Inglaterra y Estados Unidos) lo hacen atacando ciertos conocimientos, que supuestamente eran verdades reveladas de la ciencia económica, como por ejemplo el libre tráfico de bienes y capitales. Si bien eso no prueba que esas supuestas verdades sean falsas, sí pone al descubierto que no habría ningún conocimiento económico establecido; generalmente aceptado.
En ningún país desarrollado alguien llegaría a ministro de salud argumentando que va a derogar la obligación de someterse a ciertas vacunas para mantener la salud general de la población. Porque la medicina ha logrado establecer, mediante la prueba y el error y el acierto, que esos métodos funcionan. En cambio, que enormes masas de humanos alfabetizados, que cuentan con acceso a los medios de comunicación y se alimentan con sus propias experiencias laborales diarias, opten por apoyar a quienes desacreditan el conocimiento económico oficial, revela un fenomenal fracaso para la autodenominada Ciencia Económica.
Lo que pretendo señalar es que hay que invertir la prueba. Lo que hoy escuchamos por parte de los economistas profesionales, es que estos políticos populistas son simples farsantes que se aprovechan de la ignorancia del pueblo, desesperado por mejorar su situación económica y/o social. Mi visión es la contraria: de lo que se aprovechan es de la endeblez del conocimiento económico disponible, y de las fallas que presenta a la hora de llevarlo a la práctica. No se trata sólo de que los economistas fracasaron a la hora de transmitir con claridad las grandes verdades de la economía, sino que esas verdades no se pueden expresar con la claridad con que lo hacen los médicos, porque no están firmemente establecidas, ni brindan los resultados generalmente esperados.
Esta ola de populismo es un dedo acusador que le dice a la pretendida Ciencia Económica, que no es tal. Que aún no ha logrado ese status. Que debe comenzar a medir rabiosamente todo, de manera precisa. Como hicieron los físicos cuando la Física no era ciencia. Y luego de contar con mediciones elementales hoy indisponibles, pasar a revisar cada una de las afirmaciones que viene haciendo como establecidas.
Uno de los grandes problemas del mercado libre es que no todos son de competencia perfecta. Existe una gran asimetría entre el liberalismo político y el económico. El liberalismo político parte de la base de que el poder político en una democracia está igualmente distribuído, mediante el dispositivo de “una persona-un voto”. Y si bien el votante es manipulable, nominalmente puede decirse que el poder de votar es equitativo.
Por su parte el liberalismo económico parte del mismo supuesto: que el poder económico está diluído en millones de competidores, ya sea en su rol de comprador o vendedor. Pero no existe el dispositivo equivalente a “una persona-un voto”, es decir, “una persona-un poder de compra equivalente”. Aquí el “voto” (su poder de compra) es calificado en virtud del éxito que tuvo el “votante” para adquirir riqueza económica, ya sea dicho éxito fruto de su ingenio, de su maldad o de su casta hereditaria. El poder económico presenta grandes concentraciones. Cuando dichas concentraciones no se dan naturalmente (ejemplo: primeros colonizadores en llegar a un yacimiento), se producen artificialmente, haciendo trampa (generalmente gracias a la ayuda de gobernantes) o aliándose con otros poderosos. Y ahí, toda la teoría de la competencia perfecta, piedra angular de las llamadas verdades reveladas de la Economía, se desmorona. Por supuesto, cuando se dan las condiciones de la competencia, sus conclusiones son aproximativamente útiles. Pero son muchos los casos en los que no se da esa competencia.
Allí la economía choca con el fenómeno del poder. Y es allí donde ingresa la Política para alterar las ecuaciones obtenidas en base al supuesto de la sana competencia. Y donde todo se complica.
Porque la lucha por la distribución de la riqueza acumulada y de la que se va generando, que bien señaló el genio de David Ricardo es el núcleo gatillador de todo el proceso económico, no es un fenómeno puramente económico.
En este aquelarre de ignorancia que estamos viviendo, aquí y en el resto del mundo, es preciso que los economistas vuelvan a comenzar, sin creerse que la tienen clara y que el populismo les roba militantes. Porque en un desierto de conocimiento, todo vale.
Necesitamos imperiosamente revisar la teoría económica y sus fundamentos. Y, por sobre todo, mostrar resultados concretos a partir de ellos.
En la época de las oligarquías bastaba el éxito para los dominantes. La generalización de la democracia como sistema de gobierno ha agregado estas “complejidades”. Si un remedio cura sólo a algunos enfermos, el resto tiene derecho a poner en cuestión sus bondades. Me parece un acto de soberbia negar la legitimidad de esta discusión.