Fue hacia 1974 que ví con mis amigos Roberto Yantorno y Carlos Costa, el film de Luchino Visconti “Ludwig”. Me impresionó vivamente la historia de un rey encerrándose a toda costa en su mundo aceptado (el de los caballeros medievales alemanes) y utilizando todo su poder para construir sus castillos a fin de encapsularse en ese mundo, hasta perder todo su poder y todo su mundo. Un romántico resistiendo locamente al Progreso, en casi pleno siglo XX. Yo tenía 15 años.
Fue en 1987, al explorar Escandinavia durante casi 2 meses, cuando tomé noticia de la cercanía a esa región de St. Petersburgo, e intuí que esa ciudad no era ni Rusia ni Escandinavia. Y me prometí durante 3 décadas conocerla bien. Yo tenía 28 años.
Y fue en 1996 cuando visité Praga por vez primera, con mi esposa y mi reciente hijo de 2 meses, durante un tour en bus de 2 semanas por Austria, Hungría y Checoeslovaquia que emprendimos atendiendo el llamado de estos últimos dos renovados países, luego de la tirada abajo del muro de Berlín. Quedé fascinado y hambriento, pues en 2 días no puede atraparse una ciudad tan mágica, y nos propusimos volver. Yo tenía 37 años.
15 años + 13 años + 9 años + 20 años = tengo 57 años. Y por una rara auto-sorpresa que decidí darme, acabo de dedicar 5 días enteros a St. Petersburgo, Praga y Schwangau (la región de Baviera con varios castillos de Luis II), a cada una. Fue profundizar siempre presentes obsesiones.
St. Petersburgo me sorprendió por su extensión e imponencia imperial. Una especie de Roma rusa. Recorrerla sin pausa, guiados por una profesional del máximo nivel (Ekaterina CHERNOBERÉZHSKAYA http://peterguide.com/about.htm)
me hizo sentir que esa no era una ciudad sino un museo a cielo y puertas abiertas.
La mayor presencia es la de Pedro el Grande, su fundador hacia 1700, cuando decidió emular, superando, a su admirada Amsterdam, al mismo tiempo que buscaba frenar el pretendido avance sueco. La potencia de este coloso (un geminiano de 1,92 mts de alto, pero pies pequeños talle 38, lo que lo obligaba a caminar con bastón, y a sentarse en una silla de 5 patas) se refleja en todo lo que realizó y en lo que impulsó en sus seguidores, la más conspicua de todos: Catalina, si bien Segunda, la Grande.
Imaginar la logística del desplazamiento de los recursos humanos para construir semejante ciudad (hoy viven 4 millones) donde no había más que pantanos y las temperaturas llegan a -40º, me resulta imposible. Aunque me dijo un estudioso del tema que murieron al menos 400 mil personas-esclavos. Bajo la mal llamada servidumbre rusa, la esclavitud era total. Igualmente me resulta imposible imaginarme los dispositivos administrativos para edificar una ciudad como esa de la nada, en tan poco tiempo. Especialmente siendo argentino.
Sólo una mente científica y amante del detalle como la de Pedro, pudo conseguir ese prodigio. Y las desgravaciones impositivas. Y la compulsión a todos los nobles a mudarse desde Moscú. Zanahorias y palos.
Pero no todo era racionalidad en Pedro, como bien lo expresó el Marqués de La Rochefoucoult: “El que vive sin locura no es tan cuerdo ni tan sensato como cree.” Don Pedro se enamoró de una campesina casquivana (eso sí: buena cocinera y amante) con quien tuvo varios hijos ilegítimos. La pelea interfamilia por el trono, lo llevó a Pedro a golpear a su hijo legítimo casi hasta ocasionarle la muerte. Finalmente éste heredó el trono, y los afanes de su padre, pero más en cantidad que en calidad.
Admiraban los frutos de la libertad en las que florecían otras culturas, a cuyos artistas compraban sus obras, comenzando por los arquitectos italianos y escoceses a quienes encomendaban sus palacios. Pero no tuvieron el instinto de crear las condiciones para que esa inspiración surgiera de la libertad de su propio pueblo.
En Praga, la figura omnipresente es la del rey Carlos IV, quien como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, puso en valor la calidad del reino. Allí reinó bastante de libertad. Por eso sus calles no son de trazado regular, con en St. Petersburgo, sino un tanto caóticas. Y los artesanos florecían. También allí impresiona la fuera de la voluntad de ese rey, que impregna toda la ciudad, comenzando por su homónimo y celebérrimo puente.
Pero hay otra presencia escondida. No es el Golem del rabino Lew, que nunca existió, aunque está a punto de hacerlo con la automatización de las nuevas tecnologías. En 1408 apareció el primer reformador protestante: John Huss, discípulo a la distancia del inglés Wiclef, alentó radicalmente la reforma de la Iglesia, y prefirió morir en la hoguera (cantando y rezando) a adjurar frente a las autoridades del Concilio de Constanza. Si bien los católicos Habsburgos domarían la región, la huella de Huss inflamaría un siglo después a Lutero, quien reconoció su ejemplo inspirador.
O sea que Praga resulta, al igual que St. Petersburgo, aunque por razones diversas, una zona de frontera, donde no se está completamente en el Occidente que conocemos. Lo dijo muy bien Putin: “Lucimos como Uds., pero somos completamente diferentes.”
El caso Ludwig II (el loco, para sus no amigos) es completamente diferente. Lejos de buscar el progreso hacia la modernidad (Pedro y Carlos eran dos modernistas por excelencia) buscó retrotraer su reino a épocas de pasada grandeza espiritual, según él la veía. Huía del Progreso destructor. Y como no podía frenarlo, buscó refugio en sus castillos. No hay más obra que sus castillos, que si bien fueron diseñados por arquitectos, fueron concebidos por el rey en lo profundo de sus sentimientos.
Así como llegar a St. Petersburgo y a Praga emociona el sentido de la vista, llegar de noche a Hohenschwangau y visualizar sus dos castillos iluminados, el último a mayor altura que el otro, es como ser recibido mudamente por el espectro del rey. No de manera amable, sino imponente, como lo serían sus 1,92mts. de humanidad.
Al visitarlos interiormente de día, luce macabra la marcha de centenares de simples curiosos que pisan un territorio cuyo autor pretendió conservar sólo para sí; recluído solitariamente, en alma y en cuerpo, dentro de su palacio de turno, los que tardó 17 años en construir y sólo pudo habitar menos de 6 meses, hasta que lo declararon insano[1] y terminó ahogado en un lago[2].
3 historias contrastantes: la de un dictador que fundó su metrópolis de la nada e infundió a sus descendientes su misma llama, pero cuya opresión germina la semilla de la rebelión de los oprimidos, que terminan con su imperio, pero no con su ciudad. La de un gobernante más moderado, amigo de los artistas y de su pueblo, cuya nación tampoco sucumbe, ni lo hace su ciudad, pero da lugar a un clima de libertad que terminaría germinando la reforma religiosa que finalizó en el origen de la potencia dominante: Estados Unidos. Y la de un ególatra, refinado y orgulloso, como para atreverse a negar la realidad social y resistir, heroicamente (eso sí), a todo costo, la defensa de sus ideales. Que empíricamente sucumbe, pero cuyas obsesiones encarnadas en sus castillos terminan brindando una fuente de renta turística inesperada y fundamental a la región donde vivió[3].
La parte más interesante de la historia humana es la de soñadores que triunfan socialmente; y también la de quienes fracasan. Pero son los locos, no tan buenos (crueles en la persecución de sus ideales), quienes le dan cierto direccionamiento al curso de los acontecimientos, más allá del impulso propio de sus dinámicas impersonales. Y nos permiten, a su vez, alimentar nuestras propias pobres, pero auténticas, obsesiones.
Después de todo, bien lo dijo Shakespeare: “El éxito y el fracaso son dos impostores.” La Historia desconoce esas categorías. Simplemente, sucede.
Y nosotros nos vamos, lenta e imperceptiblemente, disolviéndonos en Ella. Mejor dicho: nuestros sueños se disuelven en los sueños de la Historia.
Colofón.
Estas meditaciones de viajero, no podían sino finalizar en el Paseo de los Filósofos de Heidelberg, donde terminó nuestro viaje. Un paseo nada filosófico, porque para llegar a él es preciso transpirar mucho la camiseta (y el canzoncillo) y luego, transitándolo, es un paraíso de maratonistas y turistas fotografiadores-seriales. Allí la meditación brilla por su ausencia. Aunque al contemplar las ruinas del castillo viejo de enfrente, podemos concluir que los sueños de la Historia también se desvanecen, y sólo perviven transmutados en nuevas significaciones. En el caso de Heidelberg, para que los ricos políticos ubicados en mansiones al pie del Paseo de los Filósofos, monopolicen la mejor vista del viejo castillo para ellos. Si su mediocridad les impide tener grandes sueños, al menos desean alimentarse de los sueños del pasado.
Los sueños de Dios alimentan los de los seres humanos y sus descendientes; ad infinitum.
Anexo de anécdotas prosaicas de viaje.
Desde las alturas del Paseo de los Filósofos, ahora descendemos a las cloacas de lo cotidiano, donde reside el humus que alimenta nuestra vida diaria. Y donde se apoyan nuestros pies.
i) En el trayecto de inicio Buenos Aires-St.Petersburgo se perdió, misteriosamente, la cámara de fotos que llevaba en el bolso de mano. Si fue en el remisse a Ezeiza, al pasarla para ser scanneada allí, Frankfurt o St.Petersburgo, o mi vecino de asiento en el primer avión, jamás lo sabré. Lo que sí sé, es que el inconsciente me jugó una mala pasada, pues no quería llevar la cámara. Es decir, que me jugó una buena pasada, porque me liberé del trabajo de fotografiar. ¿Alguien se dedica mientras copula a fotografiar dicho plácido momento para que no se le escape?¿quién practica una especie de coitus-photographicus-interruptus para no perderse luego de recordar el momento? Bueno: un viaje es un coito largo.
¿para qué arruinar el presente en aras del pasado convertido en porvenir?
ii) En St. Petersburgo me llamaron la atención varias particularidades: a) la oferta de baratijas caras (valga la contradicción) tan profusa, repitiendo matrioskas, botellas de vodka, vírgenes, gorros de piel, etc.; b)la silla de 5 patas del altísimo zar Pedro; c)las mesas mágicas, para comer en banquetes sin que aparecieran los sirvientes en el salón, pues las abastecían desde abajo, y luego la subían como el elevador que eran; d)el profesionalismo perfeccionista de nuestra guía, quien siendo rusa dominaba a la perfección el español[4]. Y que luego de 3 días de convivir con ella a lo largo de su ciudad, al entrar en la iglesia Sobre la Sangre Derramada, nos apabulló cuando nos dijo: “Disculpen Uds., pero voy a encender una vela por mi esposo, al que enterramos la semana pasada.” Ni ella ni su hijo (chofer del auto) habían dado la menor muestra de debilidad al realizar su trabajo durante las 3 jornadas.
iii) El Museo del Hermitage puso al descubierto, una vez más, mi impotencia visual. De los centenares de cuadros allí alojados, sólo llamó mi atención uno. Y no por su pictoricidad sino por su tema: Demócrito y Protágoras, de Salvator Rosa (1615-1673).
iv) En Praga tuve la experiencia de dormir en un hotel sobre un prostíbulo. Lo descubrí una vez allí, porque a todos quienes ingresaban por la puerta del hotel, si no podían exhibir una tarjeta de permanencia en el mismo, eran palpados de armas. Sucede que en el sótano, funciona un puti-bar. Sólo 3 pisos me separaban todas las noches de ese delicioso antro. No era fácil conciliar el sueño. Ni para mí; ni para mi mujer. En ese mismo hotel, que recomiendo por lo bueno, barato, bien ubicado, deliciosa comida, etc.había un sistema de ventilación automática del baño que quedaba encendida media hora y producía un fenomenal ruido. Es decir, que cuando uno hacía uso de sus instalaciones de noche, luego quedaba condenado a no poder dormir durante media hora. No me quedó más remedio que destruir, discretamente, el mecanismo.
v) El viaje en tren de Praga a Munich tuvo alguna similitud con la de los viajeros en tren hacia los campos de concentración. Sucede que no tomé la precaución de adquirir euros y las coronas checas se me habían acabado justo. Así que transcurrimos 6 horas sin agua ni comida, pues no estábamos en condiciones de adquirir dichos productos del carrito que pasaba una y otra vez a nuestro lado, pero no aceptaba nuestras tarjetas de crédito.
vi) Nota romántica sobre Praga: Estuvimos con mi esposa y nuestro primogénito con dos meses de edad, en 1997. La ciudad cambió. Y nosotros cambiamos. Praga era entonces el futuro que ya fue. Para nosotros, entonces, Martín era el único niño Jesús de Praga. Ahora Martín tiene 20 años y nosotros 50 y pico. Praga acumula ahora, también nuestras frustraciones. La magia de entonces, aquí ya no está. Tal vez la magia no estaba en la ciudad sino en nosotros, que la proyectábamos en ella. Hace falta una nueva ciudad-esperanza. No creo que sea Las Vegas.
vii) La llegada a Munich resultó trágicamente inolvidable. Primero, por llegar media hora tarde el tren (debido a reparaciones en las vías), el auto que habíamos alquilado ya no estaba. Lo habían alquilado a otro. La tolerancia era de 15 minutos. Nos ofrecieron un auto más grande, más caro, mediante firma de un papel casi en blanco, en alemán, localizado en una cochera a 3 cuadras de la estación de tren. Todo ese trámite insumió aproximadamente dos minutos, coaccionados por el empleado, que estaba muy enojado con nuestra falta de “cancha” para contratar un auto de alquiler. Segundo, mi esposa estaba al borde de defecarse encima, y no encontrábamos el baño ni la moneda para ingresar a él. Tercero, al llegar a la cochera, me dí cuenta que yo necesitaba orinar, pero el garagero no me permitió acceder al baño pues yo no era cliente, a pesar de que nuestro auto alquilado residía en su garaje. Pero eso no me contaba como cliente: el cliente era la empresa que me alquilaba el auto. Pacientemente tuve que regresar 3 cuadras a la estación de tren para orinar. Cuarto, no sabía utilizar el auto. Me salvó un lavador de autos musulmán (Mohamed) que me explicó detalladamente todo lo esencial. Quinto, un embotellamiento de media hora en torno a la estación de tren nos demoró impensadamente. Sexto, se largó a llover y anocheció, dificultándonos ambos hechos el acceso a Hohenschwangau. Pero la llegada, entre truenos, con los castillos flanqueándonos magestuosos al llegar al hotel Müller, fue una coronación inolvidable.
viii) En la iglesia de Weis, cerca los Alpes austríacos, declarada monumento de la humanidad por la Unesco, dejé el siguiente escrito en su libro de visitas:
“Dios existe en el Corazón de cada una de las personas de Bien. Pero si no quedara una de esas personas, no tendría dónde morar. Ojalá esto no suceda. Pero sepamos que no es imposible.”
ix) No funcionaba el gps para localizar la abadía del siglo VIII en la cual dormimos a orillas del Danubio en Kelheim. Tuvimos que acudir a un antiguo mapa de papel y a un ser humano que, por gestos, nos indicó cómo llegar. Nos sorprendió la moderna fábrica de cerveza instalada allí dentro, de la cual nos beneficiamos.
x) El castillo de Colmberg, siglo XI, lucía con piedras originales, y contrastaba con su antigüedad la antena parabólica sobre su torre.
xi) Estacionar en Heidelberg fue toda una odisea. Primero, encontrar la zona peatonal del hotel, para poder bajar las valijas. Luego, encontrar el garaje correcto. Porque siguiendo el tráfico, terminé ingresando a uno que era 4 veces más caro, del que tuve que bajarme a pagar la mini-estadía de un minuto, y volver a salir, para buscar el más económico: estaría allí dos días estacionado. Pero al encontrarlo, y bajar hasta sus profundidades, estaba completamente abarrotado, pues era sábado y ése era el garaje del funicular para subir al castillo viejo. Para mi sorpresa no había camino de retorno al llegar al final del caracol descendente que era el garaje. Y tuve que maniobrar en reversa para poder salir, con escasísimo espacio para hacerlo efectivamente, y el riesgo de encontrarme algún auto bajando. Ya desesperado porque tampoco se había hecho lugar en mi camino de regreso a la entrada/salida del garaje, no me quedó más alternativa que estacionarlo en el único lugar que habían dejado libre: un sitio para embarazadas.
“Cuando viajo, siento que estoy con mi mamá y mi papá. Porque ellos me enseñaron a viajar.” Esto lo sentí especialmente cuando viajé los mil kilómetros en Alemania, porque con mis padres viajaba básicamente en auto.
[1] ¿Quién recuerda a su tío, el Príncipe Luitpold, que encabezó la rebelión y tomó su lugar? Su ambición era mera codicia, y pasó con pena y sin gloria.
[2] Hasta Luchino Visconti se dio el lujo de fisurar un espejo del salón homónimo del castillo de Linderhoff, a causa del calor de las lámpara de filmación que se usaban por 1971.
[3] Un caso muy distinto de constructor de moradas para refugiarse del mundanal ruido lo encontramos a pocos kilómetros de Linderhoff: las iglesias de Weis y de la abadía de Ettal, las dos mejores iglesias que conozco.
[4] A esta guía la descubrimos gracias a mi amigo Jorge Yantorno, que vive en la frontera austro-germana. En su intento de ayudarme a organizar el viaje, la buscó en la web y olfateó que era muy buena. Su inteligencia no falló. Es una de las tantas paradojas de la globalización que Jorge me haya podido ayudar de manera tan fundamental para conocer una ciudad a casi 2.000kms de la suya, y no tuviera tips para la zona del sur de Baviera.