Por Mario Morando[1]
Ese juramento santo que hicimos en Tucumán.
Juan Manuel de Rosas, Carta a Berón de Astrada, 19/6/1838
El desarrollo significa quebrar la relación de dependencia de una economía
estancada y sustituirla por la independencia de una economía en expansión.
Arturo Frondizi, discurso por cadena nacional, 1/3/1962.
Si no hay una política que fortalezca la nación en todas sus manifestaciones materiales y espirituales, la pretensión de ejercer una política internacional independiente
se desvanece y queda sólo en el plano de la retórica.
Rogelio Frigerio, entrevista 1983 enFormación política.
El primer mandatario que reconoció la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata fue el rey Kamehameha I de Hawái, según afirma en sus memorias José Piris, integrante de la expedición de Hipólito Bouchard. Kamehameha I habría firmado en agosto de 1818 un Tratado de Comercio, Paz y Amistad con el francés al mando de la nave La Argentina, reconociendo la Independencia. Tras haber nombrado a dicho rey Teniente Coronel de las Provincias Unidas y designado cónsules (para lo cual no estaba facultado), Bouchard siguió su viaje hacia el este.[2] Empero, ni en la bitácora de Hipólito Bouchard ni en ninguna otra fuente se asienta dicho reconocimiento hawaiano, a pesar de que también lo menciona Bartolomé Mitre. Portugal se considera el primero en haber reconocido la independencia y haber enviado un embajador el 16/4/1821, un año antes que Brasil y Estados Unidos, y tres antes que Gran Bretaña. España la reconocería el 29/4/1857, confirmada definitivamente el 9/7/1859, por gestión de Alberdi.
Pero ¿qué es la independencia de un Estado?[3]
*Independencia, soberanía e integridad territorial
Aristóteles argumentaba que las ciudades eran agrupaciones humanas cuyo fin era la autarquía para la vida.[4] “Autarquía”, “soberanía”, “independencia” son expresiones utilizadas habitualmente sin precisión.
Considerando “declaración de independencia” como la “manifestación de los representantes de una nación de redistribuir soberanía de un Estado anterior a uno nuevo”, resultan útiles las subcategorizaciones de soberanía que formula Stephen Krasner:[5]
*Soberanía exterior (integridad territorial): Regulación gubernamental efectiva del tráfico de bienes, personas, capitales e ideas a través de sus fronteras.
*Soberanía doméstica: Ejercicio efectivo de la autoridad gubernamental interna.
*Soberanía legal externa: Reconocimiento de las soberanías anteriores por parte de la comunidad mundial. Habilita a celebrar tratados, formando parte de la comunidad internacional.
*Soberanía gubernativa real: Estructuras estatales no cooptadas por voluntades exógenas; antítesis de independencia simulada.[6]
La Declaración de la Independencia inaugura la tarea de hacer realidad la redistribución de estas diferentes partes de la soberanía. Cabe preguntarse si el proceso de la independencia argentino efectivamente ha logrado su objetivo declarado.
*El dificultoso proceso para constituir un país independiente
I) Quién manda; dónde.
La independencia predicada sobre el poder del Estado se limita a “independencia política”. Pero el Estado (persona jurídica) está asentado en la Nación (territorio/habitantes/tradición), funcionando a través de un Gobierno. Así, la noción de “independencia” se expande a los aspectos económico y cultural.
La noción de Nación Argentina no estaba afianzada en 1816.[7]/[8]El virreinato del Río de la Plata había comprendido 8 intendencias y 4 áreas militares. ¿Qué entidad se independizaba de España? ¿Buenos Aires, todas las provincias Unidas del Sur, algunas?
Recordemos con Juan Álvarez (Las guerras civiles argentinas, ed. EUDEBA, 1985, págs. 38/9) que “la Revolución de Mayo no fue un alzamiento general de las poblaciones del Virreinato contra el Rey, sino el resultado de una conjuración limitada, que al principio solo reflejó los deseos de los hacendados de Buenos Aires a quienes hería la forma arbitraria de distribuir los cargos públicos, la prohibición de leer y publicar ideas, la intolerancia religiosa y política, y el sistema comercial mantenido por España.[…] Conforme fueron llegando los diputados [del interior] quedó en evidencia que el acuerdo [para constituir un gobierno provisional] iba a ser difícil”.
El 22 de mayo de 1810, 92 cabildantes habían aceptado que el mando del Virrey pasara a una Junta Provisional y habían convocado a las provincias a enviar a sus representantes; 66 votaron por la continuación del Virrey asociado a nuevos participantes, y otros 66, por la delegación de dicho poder a una Junta Definitiva sin convocar al resto de las ciudades y villas del Virreinato a formar parte de ella, aunque sí a opinar. El 22 de junio la Junta expulsó a algunos Oídores[9] y al Virrey; y el 17 de octubre destituyó a los capitulares del Cabildo. Se eliminó así a quienes reconocían como autoridad real al nuevo Consejo de Regencia que se había creado.
Con el nuevo virrey del Río de la Plata, Elío, instalado en la Banda Oriental (desconocido por la Junta) (sumada la oposición de ciudades del interior y de todo el Alto Perú y Paraguay), estaba incubándose la Guerra de la Independencia. Aunque no estaba nada claro de qué forma de independencia se estaba hablando.
Era natural que existiera esta confusión. Una cosa era el instinto de los criollos de sacarse de encima el peso del absolutista, centralizado, ineficiente y generalmente corrupto Estado español,[10] y otra, cómo reorganizar el Estado. Lo motorizaban la discriminación entre criollos y españoles en sus derechos, las oportunidades de comercio despilfarradas, la revolución norteamericana y la francesa, y las invasiones inglesas, que habían dejado al descubierto la indefensión de estas colonias.
Buenos Aires tuvo el impulso de liderar unitariamente el proceso, y convirtió a las provincias en sus apéndices políticos. Deseaba sustituir el monopolio del rey, y hacer del resto del país su propia colonia. Estas se resistieron a ser tuteladas y buscaron su autonomía de hecho, hasta tanto se acordara de derecho.
Relata Ferré en sus Memorias (pág. 56):
Es preciso conocer el valor de la palabra provinciano entre nosotros. Permítaseme explicarla para que sirva de advertencia al que componga un diccionario argentino. La voz provinciano/a se aplica en Buenos Aires a todo aquel/la natural de nuestra República que no ha nacido en Buenos Aires. De poco tiempo a esta parte he observado que los naturales de Buenos Aires se llaman ellos exclusivamente argentinos.
En el primer censo porteño del 17/10/1855, se computó a los provincianos como extranjeros. El 9/12/1856 Mitre publicaba “La República del Río de la Plata” (diario El Nacional), alentando la organización de Buenos Aires como Nación independiente.
Fueron las guerras de la independencia y las civiles[11] las que configuraron el territorio político factible. Durante el proceso se desmembraron Bolivia, Paraguay y Uruguay, perdiéndose la mitad de la población del Virreinato, un tercio del territorio y la principal fuente de metales preciosos. Además, se constituyeron en repúblicas independientes Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, Córdoba, Tucumán, Mendoza y Buenos Aires.
Los años transcurridos de 1810 a 1816 miden titubeos para detectar las conveniencias diplomáticas circunstanciales. España luchaba por su propia independencia, invadida por Francia. ¿Hasta dónde convenía cortar vínculos políticos con España?
El primer acto de gobierno donde se explicita la fundación de una nueva patria es del 18/2/1812:
En acuerdo de hoy se ha resuelto que desde esta fecha en adelante se haya, reconozca y use por las tropas de la patria, la escarapela que se declara Nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y deberá componerse de los dos colores blanco y azul celeste, quedando abolida la roja, con que antiguamente se distinguían. Chiclana, Sarratea, Paso, Rivadavia.
La Asamblea de 1813 planeaba declarar la Independencia y constituir la Nación. Sólo adoptó medidas incipientes, como suprimir la mención al rey, acuñar moneda y erigir un himno.
Tanto se estiró la declaración que se llegó a la contradicción de luchar contra los realistas mientras se decía estar custodiando la soberanía de Fernando VII, que había regresado al poder en marzo de 1814 y rechazado los movimientos revolucionarios que supuestamente se habían llevado a cabo para proteger su poder.
Las dificultades para organizar políticamente las provincias sin estar asentadas sus relaciones nacionales abonaron la costumbre de otorgar, las legislaturas provinciales, la suma del poder público al gobernador de turno. Precisamente fueron los caudillos quienes, en su deseo de mantener indefinidamente su cargo de gobernadores, pusieron tantos obstáculos a la organización del Estado Nacional. Así rechazaron la Constitución de 1826, que afectaba su capacidad para ser reelectos sin fin. Sabían que organizarse en un solo país limitaría su arbitrariedad.
La visión de que primero se logró la independencia y luego vinieron las guerras civiles para lograr la organización nacional es puramente escolar. Fue en medio de la guerra civil cómo debió irse construyendo una independencia declamada el 9 de julio de 1816. La Guerra de la Independencia no fue solamente contra España, sino contra Uruguay, Brasil, Paraguay, Francia e Inglaterra. Y hasta con un nuevo aspirante a sustituir a la corona española: Buenos Aires.
Pero el afán independentista no se aplicó con igual intensidad a toda nacionalidad. Era la declaración de independizarse de España.[12] Desde 1817 los peninsulares que habitaban Buenos Aires podían casarse con una criolla solo con autorización del secretario de gobierno. En 1818 se deportaba a los clérigos peninsulares sin carta de ciudadanía. Pero, para financiar la Guerra de la Independencia, Buenos Aires excluía de contribuir a préstamos compulsivos a los comerciantes ingleses “quienes han ofrecido ventajas al estado”[13](1816, 1818, 1819), pasando de la dominación española a la influencia porteña/inglesa.
Para San Martín, Monteagudo, Bolívar y tantos otros, la Independencia debía lograrse para una Patria Grande, uniendo Sudamérica en una gran nación.[14]
Lo que era dominación española, a través del puerto de Buenos Aires, se transformó en dominación porteña. Explicaba Alberdi:
Cuando el país, ayudado por la fuerza de las cosas, sacudió la dominación de España, parecía natural que su primer paso fuera una nueva constitución geográfica y económica, para distribuir los recursos financieros en todo el pueblo. […] En lugar de ser colonia de España, lo fue del centro geográfico y económico que España instituyó en Buenos Aires. […] El sistema que empobreció a España no puede enriquecer a Buenos Aires. […] Es como acumular toda la sangre de un hombre en su cabeza. Tal acumulación es una congestión mortal para la cabeza y para el cuerpo. El modo de que la sangre vivifique a la cabeza es que circule por todo el cuerpo. (Estudios Económicos, cap. v, xxi).
El clima de desunión interna que sobrevino a la Independencia (además de reflejarse en el hecho de que, entre 1814 y 1820, las 3 gobernaciones de Córdoba, Mendoza y Buenos Aires se desmembraron en 13 provincias) es relatado por el Gral. Paz:
Esa gran facción que formaba el partido federal no combatía solamente por la forma de gobierno: era la lucha de la parte más ilustrada contra la porción más ignorante; la gente de campo se oponía a la de las ciudades; la gente se quería sobreponer a la gente principal; las provincias celosas de la preponderancia de la capital, querían nivelarla; las tendencias democráticas se oponían a las aristocráticas(Memorias)
Por su parte está la descripción de Ferré:
Rosas no quiere por ahora que los empleados [públicos] de los pueblos sean porteños, ni se fija en que los gobernadores sean doctores o carniceros, lo que se empeña es en que sean dependientes suyos personalmente, en que no se unan entre sí […]. Cuida muy bien que no se hable ni de Constitución, ni de Congreso y mucho menos de rentas nacionales. […] Ambos partidos [unitarios y federales] se dirigen a un solo objeto: dominar a las provincias, para que como a un único rico le sirvan de peones a Buenos Aires. (Memorias).
Hacia 1833 varios porteños defendían la independencia de las provincias como estados soberanos desde 1810. La idea era “alejarlas jurídicamente” de la Gran Caja, teniendo como objetivo lejano la reunión de estas.
La falta de organización nacional facilitó la pérdida de las islas Malvinas (1833) y del Estrecho de Magallanes y de zonas aledañas, en virtud de la fundación chilena del Fuerte Bulnes en 1843 (hoy Punta Arenas). Rosas se anotició 4 años después.
Urquiza interpretó necesario “independizarse” de la tiranía de Buenos Aires, lanzando su pronunciamiento dirigido a los gobernadores (5/4/1851). Inicialmente, solo Corrientes lo acompañaría. Billetera mataba Principios. Pero, no bien triunfó en Caseros, adhirió el resto, circunstancialmente.
La Constitución sería nominal: los porteños, liderados por Mitre, prefirieron darse una constitución propia y declararse Estado libre y soberano (11/9/1852). La alternativa era compartir las rentas de la aduana y el crédito asociado a estas, con las provincias. Buenos Aires buscaba independizarse de las provincias. No quería compartir el poder que le daba su ubicación privilegiada para recaudar las rentas de aduana de todo el país, ni el monopolio de emisión del Banco Provincia.[15] Esos fueron los dos cambios nucleares de la reforma de 1860 a la Constitución: se retiraba a Buenos Aires como ciudad capital y se volvía a la situación de dominación económica durante Rosas. Pero aún peor que entonces: por inseguridad en las fronteras con el indio, por el acoso bélico a las provincias para reemplazar a sus gobernantes autónomos por fieles lacayos y por el enorme peso del endeudamiento externo e interno.[16] En 1863 Buenos Aires comenzó a quebrar la resistencia del interior, con la construcción del ferrocarril Rosario-Córdoba, que reforzó el control porteño, y venció al Chacho Peñaloza.
Debió transcurrir hasta 1880 para que Buenos Aires[17] dejara de ser la capital provincial para convertirse en la capital de la Nación unida. “Entre dar su gobierno a 14 provincias, o recibir el gobierno que ellas eligen, hay la diferencia que va de gobernar a obedecer”. (Alberdi, Apéndice op.cit., II). ¿Puede considerarse que hasta entonces la República Argentina estuvo constituida? ¿Puede existir más que nominalmente un Estado Nacional sin capital efectiva? ¿Puede haber independencia sin tener bien definido el Estado Nacional su cabeza de asiento, existiendo permanentes tensiones internas?
En lugar de Estado, que nos legó la historia de nuestra vida anterior, aunque colonial, hemos tenido en el nombre Estados Provinciales o locales, formados por la descomposición y disolución del primitivo organismo general (el Virreinato). Estas fracciones, medio internacionales, han vivido como extranjeras unas de otras, en su manera de constituir, de existir y de conducirse, no en federación, sino en un desarreglo excepcional, que a sus autores y beneficiarios ha ocurrido en vano apellidar “federación”. […] Cada fragmento territorial ha tenido su vida aparte, su gobierno separado, su historia peculiar, su patriotismo regional, su gloria de localismo. (Alberdi, La República Argentina consolidada en 1880, cap. III, 7). Durante 1816/1880 nuestra Nación vivió una “independencia desgajada”. Justamente, los considerandos que acompañaban el proyecto de ley de capitalización de Buenos Aires el 24/8/1880 afirmaban “la necesidad de buscar una solución a la última de nuestras cuestiones orgánicas, a fin de que la Nación tome plena posesión de su existencia y de sus destinos” (Avellaneda/Zorrilla).
Y desde entonces, ¿podemos afirmar que finalizó el debate entre provincias ricas y pobres para establecer un equilibrio sustentable, equitativo y virtuoso entre estas? ¿Podemos afirmar que ejercen conjuntamente la independencia? ¿No se continúa esta lucha a través de la inacabada Ley de Coparticipación Federal?
II) Quién financia
Cuando los adolescentes echan a los padres y se quedan con la casa, el primer problema es quién manda. El segundo, quién paga.
Ante la posible fuga en masa de capitales españoles, el 31/7/1810 se dispuso la confiscación de los bienes de aquellas personas que se ausentasen de Buenos Aires sin licencia.
Tema nada menor fue el de la credibilidad de la moneda y, por ende, del crédito público. Hasta 1813 circularon viejas monedas extranjeras de oro y de plata. La Asamblea de 1813 dispuso acuñar nuevas monedas (de igual denominación que las españolas) con la leyenda “Provincias Unidas del Río de la Plata”. Cuando al perderse la batalla de Sipe-Sipe (1815) Potosí cayó en poder de los realistas, la nueva nación comenzó a tener problemas de escasez de dinero[18]. La primera emisión de papel moneda se hizo durante la guerra con Brasil (1825), con curso forzoso.
Pero no puede haber moneda fiduciaria sana donde no hay crédito público sano. Y viceversa. El peso fiduciario, que en 1826 cotizaba a la par con monedas de plata, en 1850 cotizaba a 0,05.
Los estados provinciales tenían enormes dificultades para solventar con impuestos sus reducidos gastos corrientes, abultados por el rubro Defensa Interior (guerras de la independencia, civiles y contra los indígenas). Las recurrentes suspensiones del pago de las deudas públicas no solo encontraban su fuente en el derroche y en la guerra, sino también en el deterioro de las economías regionales por la competencia externa.
En 1837 Rosas estableció un “corralito financiero” para impedir la salida de oro y plata. Según Vélez Sarsfield: “En el interior y en el litoral, corría casi exclusivamente la moneda boliviana y cordobesa; en Buenos Aires y Corrientes, el papel moneda”. (Vélez Sarsfield, en La Nación Argentina, 5/12/1863). Para transacciones importantes, metálico o sus certificados de depósitos.
Resulta curioso que, ante la falta de éxito para lograr credibilidad monetaria, tan recientemente como en 1992, nuestros gobernantes, generando una alucinación colectiva[19] que incluyó analistas financieros de bancos internacionales y de instituciones académicas[20], hayan intentado dotar de credibilidad a su moneda atándola a un dólar convertible a tipo de cambio fijo. Como si existiera una magia de la transmutación de la credibilidad, por asegurar, circunstancialmente, la conversión a precio fijo de una moneda enferma a una sana. Cuatro intentos fallidos anteriores (1867/76, 1883/5, 1903/13, 1927/9)[21] ya habían dejado en claro que la credibilidad, como el honor, no puede comprarse. Debe conquistarse con esfuerzo, abonando una reputación. No sirve el totemismo económico, muchas veces aplicado adoptando ideas foráneas sin considerar las peculiaridades de cada comunidad.[22]
El caos monetario ha imperado durante el 70% de nuestra historia. Recién en 1881 se unificaron las monedas nacionales, y durante más de medio siglo hubo estabilidad de precios. Hace más de medio siglo que la hemos perdido.
No hemos mantenido la independencia monetaria (obligados a utilizar moneda extranjera, ¡y encima en efectivo!, para adquirir inmuebles) ni crediticia (inclinados a tomar préstamos en moneda extranjera para financiar, en gran parte, meros gastos locales).
III) Independencia comercial
¿Sin agricultura, sin talleres, sin industrias, sin oro, sin fierro, sin carbón, y sin plata, sin marina y sin ejército propio, se puede creer seriamente que seamos una nación verdaderamente independiente porque hayamos ganado las batallas de Maipú y Chacabuco?
Emilio de Alvear, La Revista de Bs.As., 1870.
Para Buenos Aires la Independencia significó liberarse del monopolio español para establecer lazos librecambistas con el resto del mundo, eliminando un intermediario nocivo. Para el interior fue perder el amparo del sistema monopólico español, que mantenía relativamente integradas sus economías. Este sistema había comenzado a derrumbarse cuando en 1776 se le permitió a Buenos Aires comerciar menos restrictivamente con España. Así encaró un modelo de desarrollo integrado al exterior a través del comercio, esquema que la desintegró aún más del interior, el que quedó económicamente asfixiado.
El 28 de mayo de 1810 se levantó la prohibición que pesaba sobre el comercio con extranjeros, lo que obligaba a comerciar siempre a través de casas de comercio españolas. El 9 de junio se redujeron las retenciones a las exportaciones de cueros y sebos, del 50% al 7,5%, y a principios de julio se eliminó la prohibición de exportar metálico.
Las provincias tentaron defenderse con tarifas interprovinciales; pero el tratamiento tarifario liberal de Buenos Aires fue limando sus posibilidades de desarrollo, incluyendo la agricultura.
Mientras los unitarios, porteños o mediterráneos buscaban un nivel bajo de tarifas para usufructuar la división del trabajo, maximizando exportaciones e importando bienes de consumo de mejor calidad a menor costo, los federales presentaban tres subespecies: a) los vinculados a negocios ganaderos, que eran unitarios disfrazados; b) los moderados, que entendían que había buscar un nivel de compromiso que también satisficiera, al menos en parte, los intereses del incipiente agro y de las amenazadas industrias; y c) los federales del litoral, que compartían visión con los anteriores y, además, buscaban la apertura irrestricta de los ríos Paraná y Uruguay al comercio internacional, para esquivar el monopolio porteño y también reducir costos logísticos. En palabras de Miron Burgin, “para el interior la revolución de 1810 había llegado demasiado lejos; para el litoral no había ido lo bastante lejos”. (Aspectos económicos del federalismo argentino, 1946, pág. 167).
Artigas había instruido a sus representantes a la Asamblea de 1813 para establecer un arancel de importación del 40% para bienes competitivos de los locales, excepto la circulación de bienes regionales que abonarían 4%. Pero se implantó en torno al 25%, cuando el arancel sobre textiles ingleses había sido del 54%. Equipos mineros y armas de fuego pasaron a no abonar arancel.
Hacia 1815 hubo un debate en el Consulado porteño, pues la liberación del comercio estaba asfixiando las industrias domésticas y secando la plaza de dinero, al haberse tornado la balanza comercial crónicamente deficitaria. Surgió un proyecto proteccionista, donde solo se permitía el ingreso sin pago de derechos de máquinas para la agricultura y las artes; se estableció una serie de prohibiciones en cuanto a productos competitivos de los fabricados en el país. Pero el administrador general de la aduana (padre del general Lavalle) lo desestimó.
Recién en 1826 se intentaron nacionalizar las aduanas provinciales, tanto en su recaudación sobre comercio exterior fuera de las Provincias del Río de la Plata como en la eliminación de las tarifas interprovinciales. Así de complejo era el sistema.
El 18/12/1835 Rosas estableció una lista de manufacturas prohibidas, que competían con manufacturas locales, y otras sujetas a aranceles del 10% al 50%. El comercio terrestre estaba en general exceptuado. No así el fluvial: el río Uruguay y Paraná estaban prácticamente clausurados. Dos días después de dictada la Ley de Aduanas, Rosas firmó un decreto que prohibía el ingreso de manufacturas de las provincias, dejando claro que el objetivo de la protección era la ganadería y las manufacturas asociadas.[23] A fines de 1841, Rosas eliminó la categoría “Productos de Importación Prohibida”, estableciendo aranceles. Las únicas industrias que se desarrollaron durante la vigencia de ese esquema fueron el saladero y sus conexas.
Solamente en medio de los bloqueos franceses encontraron los vinos de Mendoza y el azúcar del noroeste penetración en Buenos Aires, a raíz de las flexibilizaciones arancelarias provisionales. A su vez las provincias competían entre sí, y los derechos de tránsito que se imponían confabulaban contra el desarrollo del comercio entre las Provincias (No Tan) Unidas.
El 31/10/1853, el legislador federal Lorenzo Torres argumentaba:
En el país no hay fábrica sino talleres en que los trabajadores alcanzarán si se quiere 500 hombres, y no es justo, por beneficiar a esos pocos, perjudicar a toda la población, haciendo que el pueblo todo compre más caro, lo que abriendo los puertos tendría más barato; los expresados talleres nada adelantan, pues están como ahora veinte años.
Y el unitario Mitre agregaba: “La Aduana no es fuente de protección sino fuente de rentas”. Así se derogaba la Ley de Aduanas de 1835, y se iniciaba una era de librecambio, con aranceles del 20%.
El movimiento proteccionista recién recuperaría momentum cuando la depresión lanera de 1866. Frente a la caída de precios, los ganaderos bonaerenses dedicados al ovino buscaron protección, pensando en crear la industria textil para compensar la pérdida de beneficios por vender lana en crudo. En 1875, en medio de una gran depresión, y dada la necesidad de recaudar para pagar la deuda externa, se alcanzó el éxito en los debates parlamentarios sobre protección, y se llevaron los aranceles de importación de bienes industriales a un 40%.
En 1882 el surgimiento de la industria frigorífica les dio nuevo auge a las carnes, y el proteccionismo ya no fue necesario. Argentina volvía a la división internacional “natural” del trabajo.
Las políticas arancelarias aplicadas han oscilado entre un proteccionismo oportunista, liderado por lobistas industriales que buscan su ventaja inmediata, y un liberalismo irreflexivo, donde solo los sectores naturalmente eficientes se salvan. No conozco etapas donde la protección haya surgido de un estudio científico de los niveles de protección efectiva, aunado a un cronograma de reconversión para no eternizar la ineficiencia. Tampoco se ha logrado aunar criterios estratégicos con nuestros vecinos para aprovechar las economías de escala de la integración económica regional para plantarnos frente al resto de los países.
Perón enfatizó que a la soberanía política debía acoplársele la independencia económica. En un mundo interdependiente, la independencia económica es una fantasía. Lo posible es una equilibrada interdependencia, sin dependencia nociva.
IV) Interdependencia genética
Debió haberse vivido como una gran paradoja que una nación nueva, al mismo tiempo que reclamara soberanía territorial, demandara con ahínco pobladores extranjeros.
En la circular del 3/12/1810 se desplazaba a los españoles, pero se invitaba a los ingleses, los portugueses y demás a trasladarse a este país, siempre que no estuvieran en guerra. El 14/5/1812 se prohibió la introducción de esclavos y el 4/9/1812 se abría la inmigración, con el anuncio de que se les darían terrenos suficientes. Esta fue la primera iniciativa en América del Sur. El 3/2/1813, la Asamblea removía a todos los españoles en empleos civiles, militares y eclesiásticos, excepto que se hicieran ciudadanos.
Un país con medio millón de pobladores en 1816 necesitaba masa genética, especialmente dada su guerra con el indígena. Si bien en varias situaciones territoriales la relación con el indígena era “a matar o morir”, la compleja historia de las relaciones con los pobladores inmediatamente anteriores[24] evidencia un desdén final[25] a la hora de acoplarlos a la nueva Nación. En ese sentido también apuntaba la prohibición de importar esclavos. Los indígenas que lograron asimilarse a la sociedad lo hicieron como peones rurales o miembros de las fuerzas armadas, disolviendo su identidad cultural en la nueva nacionalidad.
¿Cuán irremediablemente eran los indígenas, en su totalidad, “inadaptables a la civilización”? La convicción de la clase dirigente es que lo eran. Su amigo Rosas hizo la primera campaña al desierto. ¿Cuánto incidieron las limitaciones de la realidad o el afán de quedarse con las tierras que ocupaban? Un personaje respetado como Joaquín V. González afirmaba así su visión:
Extinguido el indio por la guerra, la servidumbre y la inadaptabilidad a la vida civilizada, desaparece para la República el peligro regresivo de la mezcla de su sangre inferior con la sangre seleccionada y pura de la raza europea, base de nuestra étnica social y nacional; y al mismo tiempo, el extranjero europeo […] podía avanzar junto con el nativo en el plan de ocupación y cultivo de las tierras recuperadas a la rapacidad y ferocidad. (El juicio del siglo, EUDEBA, 2011, pág. 105).
Nótese el prejuicio de no considerar nativo al indígena. Sin embargo no por casualidad la Declaración de la Independencia se escribió también en quechua.
El 22/8/1821 se legisló sobre el transporte de familias europeas. Rivadavia creó en 1824 la Comisión de Inmigración; limitóse su efecto a 220 extranjeros que se instalaron en Monte Grande y a 163 en Chacarita de los Colegiales. Rosas la eliminó en 1830.
Los intentos serios se retomarían recién hacia 1853 con la nueva Constitución. Hasta 1869 solo se habían afincado 80.000 extranjeros (el 50% de los ingresados). Eclosionarían con la Ley Avellaneda del 19/10/1876: a 1890 habían arribado 1,5 millón (afincándose 1/3), y a 1913, a 3 millones.
La avara política de asignación de tierras públicas a aspirantes a colonos hizo que el grueso de la masa genética que el país agregó a su tasa de reproducción natural consistiera en proletarios que habitaban conventillos.
Afirmaba Mitre en 1871, en discusión senatorial: “Repugnaba a mi conciencia esta explotación del hombre por medio del capital en consorcio con el Estado, para importar a un país democrático, una especie de esclavos blancos”.
Y Emilio de Alvear (Anales Sociedad Rural, vol. 4, 4, 4/1870):
Si no tenemos talleres ni fábricas, ¿para qué van a venir los extranjeros? De un excelente operario de paños hacemos un sereno, de un tejedor de sedas de León un cochero o cocinero, y de un relojero o artista un medianero de ovejas.
Argentina no pudo integrar a su población indígena; tampoco llevar adelante una política equitativa de acceso a la tierra para los inmigrantes. No logró la pureza de raza, por varios esgrimida y, si bien asimiló a los inmigrantes en un crisol de razas, se mantiene cierto ordenamiento en castas raciales, dada la inequidad original en la dotación de factores, especialmente Tierra.
V) Fuerzas Armadas nacionales
Esta sección queda a cargo del lector. Sírvase de motivación la siguiente pregunta: ¿cuán independiente es una nación con sus Fuerzas Armadas operativamente desactivadas e institucionalmente marginadas del quehacer social? ¿Habrá que esperar una agresión a la soberanía territorial para contestar la pregunta y actuar en consecuencia? ¿Habrá, entonces, tiempo para hacerlo?
VI) Soberanía e integración al mundo
Siendo hoy las interconexiones entre jurisdicciones nacionales omnipresentes, existe una esquizofrenia que deriva del hecho de que la política sea local, pero muchos problemas internacionales.
Cuestionada la noción de Nación y con la globalización que casi derrite las fronteras, es preciso afirmar más que nunca que una integración duradera solo puede asentarse en Estados nacionales fuertes, con identidades bien definidas.
“Al mundo-uno llegaremos a través de la afirmación de las nacionalidades, no de su disolución”. (Frondizi, op.cit al final).
Lo contrario es una invasión de las raíces culturales históricas de cada comunidad. Esa invasión puede intentar vehiculizarse a través de organismos internacionales disolventes de las peculiaridades nacionales, apuntando a una gran comunidad mundial homogeneizada. Esa comunidad tendría “sabor a nada”. El orden resultante no sería más que la expresión de los intereses circunstanciales de monopolios multinacionales, parametrizados por los precios relativos vigentes, siempre cambiantes. La familia nacional no puede constituirse en torno al pilar volátil de dichos precios relativos. Son los valores históricos culturales, y no un estado circunstancial de variables económicas, los que deben delinear la construcción de cada nación.
Los enfoques exclusivamente supranacionales provienen de la derecha y de la izquierda; globalizantes y, por lo tanto, apátridas.
También son nocivos los enfoques contrarios, que pretenden aislar a la comunidad para que se sienta poderosa dentro de sus paredes, a merced de los Gobiernos y grupos de poder de turno. La integración al mundo es necesaria para medir fuerzas, para establecerles competencias tanto a nuestros políticos como a nuestros empresarios y trabajadores. El sueño del Estado Mundial sería una pesadilla de falta de libertad. La competencia entre Estados Nacionales asegura nuestra libertad. Comerciar internacionalmente, al igual que domésticamente, es competir. Renunciar a esa competencia internacional es renunciar al progreso y exponerse a los mandamás internos.
Pero, para competir internacionalmente con éxito, es necesario también integrarse internamente, en nuestras regiones y actividades nacionales, y asimismo con nuestros vecinos, especialmente Brasil y Chile.
Diría entonces, que tenemos que optar, para desarrollarnos, entre depender de los capitales internacionales o de los mercados internacionales, y que no podemos librarnos de algún grado de dependencia. (Di Tella, Objetivos específicos de una política industrial, 1968).
Conclusión
El dato político fundamental que debemos tener presente los argentinos en la actualidad consiste en la construcción aún incompleta de nuestra nación. En efecto, las bases espirituales, culturales y materiales en que se debe asentar
la Nación Argentina están incompletas.
Arturo Frondizi, La Nación Argentina y sus Fuerzas Armadas, 1992.
Conmemorar la declaración del 9 de Julio nos revela pendientes:
*El efectivo control de las fronteras.
*La efectividad gubernamental para disminuir la amplia zona de ilegalidad interna (delitos violentos, informalidad fiscal, violación sistemática de las normas de tránsito, y tantas otras).
*Ganar el respeto de la comunidad internacional.
*Establecer la armonía sustentable de las relaciones interprovinciales.
*Constituir moneda y crédito público sanos, para extranjeros y residentes, a costo compatible con el desarrollo de actividades económicas sanamente rentables. La usura estatal no puede ser fuente de progreso.
*Establecer un sistema de comercio e inversión internacionales, sustentable y proveedor al bien común, comenzando por acordar una estrategia con nuestros vecinos.
*Franquear el acceso de las castas desposeídas a la tierra para vivienda. Las villas miseria son monumentos al fracaso. La vivienda propia es el techo, el refugio para la educación familiar, la esperanza de una jubilación en paz. Sin vivienda no hay equidad, y sin ésta la independencia es solo de los privilegiados. No de la Nación.
*El despliegue de una visión de desarrollo adaptada a nuestra argentinidad, y compartida por la gran masa del pueblo.[26]
Declarar la independencia no fue conquistarla. Algunos elementos jamás se alcanzaron, y en otros se ha retrocedido.
Cada uno de nosotros puede/debe aportar a una Independencia en construcción. Su afianzamiento, que paradojalmente requiere integración internacional[27] e interna[28], nos brinda programa para un centuria, en el campo de la acción y del pensamiento. Ojalá reflexionar sobre este bicentenario nos aporte energías extras para seguir intentándolo.
[1]Economista UBA; ejecutivo de control de gestión y finanzas privadas 1982/2003; legislador porteño 2003/7 (22 leyes); director de Banco Ciudad 2008/2012; presidente de Fundación Banco Ciudad 2013/2016; autor de Economía y orden jurídico (ed. Ad-Hoc, 1994) y Frigerio: el ideólogo de Frondizi (ed. AZ, 2013); editor de Desafíos del Bicentenario (2010), Integrando Argentina al mundo (2015) e Independencia e integración nacional (2016).
[2] Frondizi, por su parte, rendiría homenaje al rey simbólico de Hawái, Kamehameha, como gratitud a su antecesor, cuando pasó por allí a fines de 1960.
[3]¿O de una Nación?
[4] Política, Libro VII, 1328b, 8.
[5]Problematic Sovereignty, Columbia Univ. Press, 2001.http://www.academia.edu/6990487/Contingent_Sovereignty_Territorial_Integrity_and_the_Sanctity_of_Borders
[6]No sólo referida a gobiernos títeres, que responden a intereses foráneos. Incluye la dependencia ideológica de quienes endiosan el pensamiento extranjero, omitiendo realidades y necesidades locales.
[7]Nación (concepto sociológico) tendía a identificarse con Estado (concepto jurídico). Por Nación se entendía “un pacto de unión entre los pueblos (provincias)”. Es decir, no el sentido moderno de pueblos unidos por territorio, historia y costumbres, sino por un pacto jurídico (De los usos de los conceptos de “nación” y la formación del espacio político en el Río de la Plata (1810-1827), Noemí Goldman y Nora Souto en Secuencia (1997), 37, enero-abril, 35-56).
[8]La denominación Provincias Unidas del Río de la Plata se utilizó durante muchos años (por ejemplo en el Tratado anglo-argentino de 1825). La expresión República Argentina se utilizó por primera vez en la Constitución de 1826. En el Tratado anglo-argentino de 1849 la designación oficial era Confederación Argentina. Es curioso que hacia 1824 el duque de Wellington denominaba a estos lares Estados Unidos del Río de la Plata. (fte.: H.S. Ferns, Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX, Ed. Solar, 1992, pág. 104).
[9]La Real Audiencia completa recién sería reemplazada el 23 de enero de 1812.
[10] Instinto que no tenía reciente origen: ya en ocasión de celebrar el alzamiento de Túpac Amaru (1780), en Mendoza se había quemado el retrato de Carlos III frente a una multitud.
[11]Que a su vez se desdoblaban en guerras entre Buenos Aires y las Provincias, por asuntos de organización nacional, y guerras entre las provincias mismas, por asuntos entre ellas.
[12]“Declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli”.
[13]Revolución y guerra, Tulio H. Donghi, ed. Siglo XXI, 2002, pág. 86.
[14]Como la gesta libertadora fue, de hecho, fraccionando los territorios.Toda una corriente latinoamericanista opina que fue ese fraccionamiento lo que debilitó la intensidad de estas independencias frente a las potencias extranjeras. Pero, si apenas se pudieron organizar países más pequeños, no se ve cómo se podrían haber aunado, efectivamente, semejante cantidad de intereses regionales.
[15]Cabe citar las siguientes afirmaciones de Alberdi (1855) al respecto, tomadas de su libroDe la Integridad nacional de la República Argentina(imprenta de JoséJacquin, 1858): “Lejos de dividir (Buenos Aires) con las Provincias los frutos del monopolio, como hacía la España en su otro tiempo, los empleabaen hacer triunfar su influencia» (pág. 836); “Buenos Aires no necesita despedazar su país para ocupar un lugar expectable en la República Argentina” (pág. 804); “Imposible es que el extranjero pueda tener respeto ala República Argentina, cuando un gobierno local de su seno es el primero en desconocer la integridad del país, representada por la integridad de su gobierno nacional” (pág. 763). De capital importancia resultóla actitud del gobierno inglés, orquestando todo el tiempo acciones para evitar el fraccionamiento argentino, dado su interés en proteger los intereses de sus diez mil súbditos residentes en estas tierras y de fomentar el comercio en general. Sugerimos la lectura deGran Bretaña y Argentina en el siglo XIXde H.S.Ferns, para consultar evidencias. En tal sentido, Gran Bretaña fue, por interés propio, integradora de la nación argentina, la cual estuvo al borde de disolverse.
[16]En 1880 la mitad de las erogaciones nacionales eran para abonar los intereses de la deuda. Con los préstamos que Buenos Aires pudo obtener desde 1857, gracias al crédito que le daba recolectar las rentas de la aduana, financió durante 20 años la guerra a los caudillos y la del Paraguay, en lugar de abonar el desarrollo de la Nación.
[17]Que como decía Alberdi, en “La República Argentina consolidada en 1880”, era la ciudad-puerto, la ciudad-mercado, la ciudad-tráfico y comercio, la ciudad-aduana, la ciudad-crédito y banco, la ciudad-moneda, la ciudad-tesoro, la ciudad-poder.
[18]Ya la extracción venía en declive por agotamiento de las vetas.
[19]Que a Carl Jung le habría deleitado analizar.
[20]Varios de ellos continúan desempeñando importantes cargos y opinando con la misma convicción que entonces.
[21]27 años de 182 transcurridos.
[22]Inglaterra abandonó la convertibilidad en 1931 y Estados Unidos en 1971. Argentina, en 2001.
[23]Los navíos ingleses abonaron durante este período los aranceles de puerto más bajos, como los navíos locales. El resto de los navíos extranjeros abonaban, al menos, 50% más.
[24]Incorrectamente denominados “pueblos originarios”, pues, por antiguo que fuera un pueblo, siempre hubo antes otro más antiguo, a su vez desplazado por estos.
[25] Durante la Asamblea del año XIII una comisión designada para expedirse respecto a la representación de las provincias del Alto Perú aconsejaba nombrar 4 diputados en representación de los indígenas, número igual a los correspondientes a las intendencias de esa región por los criollos. Por eso decimos “desdén final”; porque no siempre había sido así.
[26]Al menos 2/3. La gran hazaña de Perón es haber logrado eso para la mitad más uno.
[27] Sin integración al mundo no hay independencia: hay aislamiento.
[28]Sin integración interna no hay independencia: hay explotación doméstica.