El 2 de noviembre se cumplen 100 años del nacimiento de Rogelio Julio Frigerio, quien llegaría a destacarse como el ideólogo de Arturo Frondizi en el gobierno 1958/62. Consiguieron revertir un déficit energético de U$S 8.000 millones (en términos actuales) mediante la complementación con la inversión extranjera, autorizar las universidades privadas para mejorar la oferta educativa terciaria, triplicar la industria automotriz, racionalizar fuertemente el Estado sin generar desocupación, dar la batalla del acero (aumento del 64% de la producción) y la del transporte (10 mil kms.asfaltados). Hoy se recuerda con nostalgia y admiración un gobierno que se caracterizó por el refinamiento intelectual, el coraje operativo y la efectividad de sus actos.
Desde entonces hemos asistido a dos tipos de intentos gubernativos: liberales ingenuos, o no tanto, que apuestan su estrategia a la liberación absoluta de los mercados para fomentar negocios, condimentada con un monetarismo que acude a los préstamos de moneda extranjera para generar la falsa ilusión de que nuestro dinero nacional tiene respaldo; y populistas sagaces, que si bien no olvidan a los necesitados, se limitan a sobornarlos con migajas, en medio de una descapitalización general del país, en base a acumulaciones anteriores, hasta dejarlo exhausto; pasando en el mientras tanto por los finalmente impotentes controles de precios y emisiones descontroladas hasta que las reservas internacionales no ardan. Ninguno de ambos ha generado progreso sostenido.
¿Por qué no reintentar, entonces, con el desarrollismo, tan alabado y poco practicado?¿Qué lo diferencia de los modelos usuales? Su énfasis en que la inversión generará consumo mientras la recíproca no es cierta. Y en acudir a la inversión extranjera para desarrollar recursos internos desaprovechados. Al mismo tiempo que rechaza los controles de precios populistas y el festival de endeudamiento externo monetarista-liberal, por inconducentes.
Como en democracia no se puede comprimir el consumo para privilegiar la inversión, entonces resulta necesario traer inversión extranjera directa, lo que no es tarea fácil. Desde el populismo, no se lo quiere hacer para no perder poder político y porque rifar el capital acumulado bajo la forma de aumento transitorio del consumo genera más votos. La inversión requiere una espera. Desde el liberalismo salvaje, es más tentador acudir al endeudamiento externo, también de efecto rápido y generador de jugosas comisiones.
Además la inversión extranjera molesta al capital oligopólico local, que ve aparecer competencia aún en sectores que no pensaba explorar. El gobierno de Frondizi no tuvo apoyo empresario local frente a su derrocamiento. Al contrario. Los contratos petroleros habían arruinado negocios de intermediación local, que procedieron a castigar a sus autores, y que volvieron a florecer al anular los contratos.
También está el problema de que “inversión extranjera” significa muchas situaciones diferentes: a) ingreso de tecnología extranjera pero financiada con ahorro nacional; b) compra de empresas existentes, cuyos vendedores locales sacan las divisas (entra tecnología, pero el capital entra y sale); c) ingreso de capitales en servicios de alta rentabilidad pero que no generan exportaciones, y finalmente incuban déficits de divisas; d) ingreso de tecnología y divisas, en sectores exportadores que contaban con inversión local, donde no agregan novedad pero sí eficiencia.
Delinear una política de inversión extranjera que complemente virtuosamente el ahorro nacional, requiere un diálogo con las fuerzas del capital nacional que hace imprescindible contar con un grado de representatividad de sus dirigentes desconocido en nuestro país. Mientras los representantes del trabajo cuentan con personería única y aporte obligatorio, los del capital están disgregados, deslegitimados y no cuentan con financiamiento obligatorio. Frigerio intentó, como luego Gelbard, aunar la representación del empresario nacional en sus distintos sectores. Pero los mismos prefirieron seguir libres para perseguir sus intereses inmediatos.
Donde las fuerzas del trabajo no pueden dialogar efectivamente con las del capital, se termina circunstancialmente arbitrado por los políticos de turno, que no ponen ni trabajo ni capital y por lo tanto se desentienden luego del costo de sus malas decisiones. Hubo un Perón que unió a los trabajadores. Pero no hubo un equivalente que uniera a los pequeños y medianos empresarios para que dejen de ser explotados. ¿Dónde está el Moyano de los capitalistas pyme?
El desarrollo nos sigue esperando a los argentinos. Mientras no haya integración nacional, seguirá esperando.