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El blog de Mario Morando

La pasión de Troilo

troilopor Mario Morando[1]

“Pensar que además nos pagan.” Troilo a Salgán

sobre el escenario del teatro Odeón en 1958.

“Tengo unas ganas de morirme que no puedo más.”

Troilo a María Esther Gilio en 1974.

La pasión hacia un objeto, tema o persona, es un instinto que irreprimiblemente conduce a concentrarse en ellos, a desearlos, al mismo tiempo que sintiendo goce, sufriendo.

“El tango me llegó por Gardel. Una noche que estaba enfermo, con fiebre, mi viejo puso un disco de Carlos, el tango “Córdoba”. A mí me reventaba la fiebre y acaso por eso el tango se me metió bien adentro, a puro fuego…”, le comentó Aníbal Carmelo Troilo a Carlos Yrurtia. Luego descubriría el bandoneón:

“Una vez fuimos a jugar un partido de fútbol allá por la vieja cancha de Ríver Plate, en el viejo hipódromo; me encontré con un griego que lo tocaba. Se lo pedí y lo tuve un rato en la falda, como una piba puede ensayarse con una muñeca.”

Tenía 9 años. En su casa imitaba al griego con una almohada, mientras tarareaba algo; y en los recreos colegiales, sentado en un cantero del patio, lo hacía estirando y contrayendo un hoja con pliegues.

El instrumento se lo compraron en 12 mensualidades por el precio equivalente a U$S 600 de 2014[2], poco antes de fallecer su padre, de parálisis general progresiva. Avizorando el cercano final, fue transmigrando el amor filial hacia el bandoneón, que le permitía producir los tangos que su padre tanto amaba.

“Me acuerdo que cuando venía con un par de copas de más, abría las ventanas. Me agarraba entre sus brazos, cualquiera fuera la hora y gritaba: “¡Este es mi hijo!”. Le gritaba a la gente, a la noche, a la luna, qué sé yo…”.

Relata su sobrina Liliana, hija de su hermano mayor Marcos, que era habitual que, ya de grandes, reunidos un domingo en el almuerzo familiar, le propusiera súbitamente a su hermano: “Marcos, ¿y si vamos a visitar al viejo a la Chacarita?” E iban nomás los dos.

La mayoría de sus conocidos no lo escuchó hablar de su padre, y enfatizan su cariño por su madre, que era enorme. Pero Liliana señaló que Pichuco celaba, razonablemente, la relación de su mamá con su hermano mayor, que era el preferido, por primogénito, por su parecido fisonómico con ella, y por estar en permanente contacto diario. Pichuco, como es habitual con los hijos menores, era el preferido del papá; que había muerto…

El amor por el tango y el bandoneón, no venía sólo de haber nacido en esa época, sino que lo conectaba con su padre. Además debe haber sentido preocupación como húerfano, si bien su hermano mayor y su madre, que atendían una agencia de lotería, no le hacían faltar nada. El bandoneón no sólo era su compañía elegida, sino que lo convertiría en su instrumento de trabajo. Su máquina de fabricar tangos y sustento.

Estudió brevemente a sus 9 años con un jorobadito vecino, Goyo, que trabajaba en el Correo y tocaba de oído. Luego 6 meses con Juan Amendolaro, otro tanto con Alfredo de Franco. A los 12 debutó reemplazando circunstancialmente a Amendolaro en un baile del club Gimnasia y Esgrima de Villa del Parque; profesionalmente lo hizo en el cine Petit Colón de Av. Córdoba y Laprida, cuando el cine mudo requería músicos. A los 14 años tomó 10 clases con Pedro Maffia. Esa fue toda su educación musical formal. Fue básicamente un autodidacta.

Dejó el turno mañana del colegio al quedar libre, porque volvía tarde y no podía levantarse. Terminó la primaria en el turno tarde. A los 15 años inició sus estudios comerciales en el Carlos Pellegrini, que abandonaría raudamente. También Beethoven dejó el colegio a los 12 años, si bien influído por su padre, que quería “sacarle el jugo” como niño prodigio. Independientemente de las causas, está claro que evitar la educación formal protege, ¡y cómo!, la originalidad que cada uno trae.

“Yo no escribo (textos) y leo poco (textos), pero eso del lenguaje para comunicarse con la gente lo entiendo bien[3].” (reportaje de Jorge Couselo)

“Yo nunca puedo escribir música por escribir. Preciso una letra primero. Una letra que me guste. Entonces la mastico. La aprendo de memoria. ¡Todo el día la tengo en la cabeza, es como si la fuera envolviendo en la música! Es muy importante para mí lo que dice la letra de una canción.” (reportaje de María Esther Gilio)

“Yo creo que ante frases como, por ejemplo: “Tus veinte años temblando de cariño bajo el beso que entonces te robé…” una de las tantas que contiene esa joya, el músico no puede menos que sentirse transportado al clima ideal, y las notas y los acordes fluyen con la belleza del mensaje poético.” (reportaje nov.1959 de Ricardo Yrurtia en revista Platea)

También compuso tangos instrumentales. De 62 composiciones que realizó desde sus 19 años[4], sólo 10 (16%) no tienen letra. Hasta le contribuyeron Borges (Milonga de Manuel Flores) y Ernesto Sábato (Alejandra). Una sola composición con letra propia: la milonga Caliente.

A los 22 encabezaría su propia orquesta, a la que arrastró a su hermano mayor Marcos, que terminó también tocando el bandoneón[5], hasta que tuvo su primer hijo y dejó la noche, pasando a trabajar en el Poder Judicial.

Enrique Santos Discépolo dijo de Pichuco: “Es una maravilla con el fueye, pero no me gusta su pinta de cara lisa.” Con esa cara volaba a las alturas musicales para traernos sus melodías y arpegios.

“Cuando toco el bandoneón estoy solo, o con todos, que viene a ser lo mismo.” [6]

No de casualidad afirmó que soñaba con tener un arpa en la orquesta.

“Recuerdo que traía un papel de música Istonio y escribía la primera y la segunda voz, después se arreglaba la parte del piano, el bajo agregaba sobre lo que escribía el piano, en fin, tenía gente capacitada para poder improvisar y agregar lo que quería (…) si analizamos esta orquesta desde el punto de vista musical a lo mejor no tenía gran valor de instrumentación, porque Troilo la desconocía, pero lo que valía era lo que ponía de sí, lo que sentía.”, dijo Astor Piazzolla del Troilo de 1940.

Otro de sus arregladores, Julián Plaza dijo:

“En lugar de comenzar por el principio, que es el tango, Troilo empezó por lo más importante que es la parte melódica. No me costó mucho acomodarme. Yo desde chico lo imitaba porque llevaba el estilo Troilo en el corazón. Troilo era un hombre que daba pocas indicaciones. Siempre tuvo al lado gente que era troileana. Troilo tenía mucha influencia sobre los músicos. Si veía algo (en el arreglo que no le iba) lo cambiaba, y nunca se equivocaba, tenía una gran visión del balance total, del equilibrio de la orquesta.”[7]

He aquí la diferencia entre la pericia técnica y el pensamiento musical. La misma diferencia que hay entre un gramático y un poeta.

Que tenía mucha influencia en los músicos lo prueba que los 6 pianistas que tuvo, se fueron de su orquesta para convertirse en directores de sus propias orquestas. Tuvo 36 formaciones diferentes en 40 años de director, con quienes grabó casi 600 tangos, y no grabó 113 tangos que eran de su repertorio y se perdieron así para siempre.

“Yo no soy un buen músico; yo soy un buen tanguero. (Pero) si yo supiera lo que sabe Piazzolla de música, sería Beethoven” (conversaciones con María Esther Gilio)

Troilo era una persona muy sensible y buena, que se expresaba circunstancialmente por la música, como intérprete de bandoneón, como conductor de instrumentos y como compositor. Pero también se expresaba como cualquier ser humano bueno: pagó lo que faltaba para el entierro de Alfredo Gobbi para evitar que tuvieran que vender su violín.

En 1959, el padre de un amigo mío emprendió, desde Buenos Aires, un viaje aéreo a Mar del Plata con su esposa para festejar los carnavales. Embarazada con mi amigo en el vientre, volando en un DC 6 a baja altura con tormenta, y encima soportando el humo de los cigarrillos ajenos, se descompuso.

“En una de esas veo que mi mujer va hasta la puerta del baño acompañada (los esposos viajaban en asientos separados). Me levanto, imaginando lo que le pasaba, para agradecerle al tipo que la acompañó …: era TROILO !!! Conversé un rato con él y cuando arribamos, insistió en llevarnos en el auto que lo vino a buscar, hasta el Hotel Nogaró en Luro y Corrientes. Era un tipo muy bueno además de ser un genio para hacer”hablar” al bandoneón.”[8]

Una cosa estaba íntimamente asociada a la otra.

Su sobrina jamás lo escuchó hablar banalidades. Todas sus reflexiones eran bohemias y delicadas. Además era común que, estando en una reunión en su casa, se retirara a otra sala para desarrollar en el fueye alguna idea musical que se le acababa de ocurrir. No las dejaba escapar. Estaba siempre atento a ellas. Era como que participaba parcialmente de las conversaciones, siempre con su mente atenta a su oído celestial.

En el trato diario era un tipo riguroso. Sus orquestas tenían gran rotación de integrantes, pues echaba a los incumplidores. Todos lo trataban de Usted. Los músicos de tango no eran tipos fáciles; muchos eran indisciplinados.

Al mismo Troilo, dos desórdenes de conducta lo acompañaron toda su vida: el juego y el alcohol.

“Mil veces me preguntaron por qué tomaba tanto si me hacía mal. Y mil veces contesté: “Porque me gusta”.”

“A veces se me pianta una lágrima en el escenario. Porque en verdad yo sé que mi vida se ha deslizado vertiginosamente hacia un montón de cosas que no quiero nombrar. Sólo me voy salvando por el cariño de la gente y el tango.” le dijo a Osvaldo Pelletieri.

Evidencias de que tenía una congoja; una pena; la falta de algo muy profundo, que venía de lejos. La mayoría lo veía como un inmutable dandi, siempre canchero y de buen humor, que sólo se entristeció cuando fueron falleciendo sus amigos. Si así hubiera sido, no habría podido crear ni interpretar como lo hizo desde muy joven.

A la ligazón profunda con el padre debe agregarse, como factor nostálgico, la muerte de su hermanita. Si bien cuando ésta murió en el domicilio de Soler 3280, sus padres decidieron mudarse a Cabrera 2951 para no asociar recuerdos de ella (allí nació Pichuco), al poco tiempo regresaron a Soler, y es de imaginarse que la madre nunca dejó de hacer referencia a ella. Su madre era una persona que raramente reía. Más bien siempre recordaba. Troilo vivió su juventud envuelto en la nostalgia de los fantasmas de su padre y de su hermanita. Y eso, abonó divinamente toda su obra.

Además, Troilo siempre quiso tener un hijo, que su esposa no pudo darle. Por eso tomaba eventualmente a las hijas de su hermano Marcos, las mellizas Graciela y Liliana, como hijas sustitutas. En varias ocasiones las llevaba a pasear toda la tarde del domingo: a una confitería, a una heladería, a caminar. Nadie, ni los taxistas, le cobraban. Las mellizas se sentían unas divas al lado del famosísimo tío Pichuco.

Asombra y emociona darse cuenta que la cultura nacional de cada comunidad, con toda su potencia de generalidad y su impetuosa furia de transformación diaria sobre las mentes de los existentes, está originada sencillamente en sentimientos profunda y específicamente personales, casuísticos, únicos, surgidos de los pliegues de una historia humana concreta y particular; aunque luego se independicen de su humilde pero potente origen, al cimentarse socialmente en el autoreconocimiento que millones de otras afectividades realizan de sí en ese caso particular. Por supuesto, de modo generalmente inconsciente. Así va surgiendo el arte y el conocimiento, de los intentos, frustraciones y logros de mentes encarnadas, que van contagiando al resto. Y se acumulan en la memoria social, primero en una época dada, y luego a través de las generaciones.

Sirvan de conclusión estas respuestas que brindó Pichuco para el diario La Prensa a José Luis Macaggi y en una entrevista para la revista Platea a Norma Dumas, y que abonan nuestra conjetura: la de que toda su vida fue un intento de redimir la muerte de su padre, y tal vez la de su hermanita.

Le preguntó Macaggi:

-¿Ud. busca la soledad?

-Ciertas noches me refugio en el bandoneón y me ilusiono pensando que con él puedo alcanzarla. Pero cuando el fueye comienza a sonar como me gusta, ya no me veo yo. Me voy, soy otro. Ni siquiera uno que vuelve porque lo vi antes. Tampoco el que fui o el que podría haber sido. Seguramente en ese momento –¿será realmente un momento?- soy otro; pero como no lo reconozco ni después lo recuerdo, me quedo pensando que todo ese tiempo soy nada o todo. ¿Quién vivió ese pedazo de mi vida?

-¿Lo asusta la tristeza?

-¡Qué me va a asustar, si andamos juntos desde pibe!

Y le preguntó Dumas:

-¿Qué es lo que más le costaría compartir en la vida?

-Una pena.

-¿Cuál ha sido su noche más triste?

-No sé cuál fue, pero si existiera no quisiera recordarla. Probablemente fue una vez que tuve miedo; el mismo miedo que tengo ahora de decir cuál fue.

-¿Cuál es en su opinión el instrumento musical más triste?

-Yo quisiera que el más triste fuera el bandoneón.

-Si pudiera inventar un mundo, ¿cómo sería?

-Yo inventaría un mundo en el cual la gente no creciera. Sería un mundo de niños.

Troilo habría querido quedarse pequeño, con toda su familia, incluyendo su papá y su hermanita. Lo logró con el bandoneón; potenciando su nostalgia con el hijo que no tuvo.

Troilo en el Colón

El 21 de diciembre de 1953 su orquesta actuó en el foso, acompañando El Conventillo de la Paloma, de Vaccarezza, con la presencia de Perón.

El 17 de agosto de 1972 intervino en un festival de tango, junto con otras orquestas.


[1] Presidente de la Fundación Banco Ciudad y autor de “Frigerio: el ideólogo de Frondizi”.

[2] A julio 2014 un bandoneón cuesta en Argentina unos U$S 3.000, es decir, se encareció notablemente, por disminución de la oferta y crecimiento de la demanda.

[3] Sin embargo tenía facilidad de palabra, buena dicción, originalidad al expresarse, y espontaneidad propia de un artista genuino. Recomendamos oír la presentación que hizo de la cantante japonesa Ranko Sawada, frente a la presencia de otro gran orador, Perón: http://www.youtube.com/watch?v=A_4G_RRZq2A

[4] A razón de 3 cada 2 años, pero con 3 hiatos, entre 1934 y 1937, entre 1961 y 1964, y 1971 y 1975, compensados con un prolífico 1953 con 7 composiciones. Una sola en colaboración, que fue Contrabajeando, con Piazzolla.

[5] Aparece junto a Pichuco en una escena de la película El Tango vuelve a París (1948).

[6] Me hace gracia recordar que mi padre, un italiano que odiaba el tango, seguramente por la nostalgia que éste le resucitaba, detestaba esa cara de ido que Pichuco ponía al tocar el bandoneón. Era simple fobia a lo nostálgico. No quería aumentar su sufrimiento de emigrado.

[7] Citado de Toda mi Vida, de Oscar del Priore, pág. 93, JVE ediciones.

[8] Testimonio escrito de Roberto Jorge Yantorno. De lo que infiero, que su hijo entonces en ciernes, Jorge, mi amigo, también conoció a Troilo.

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Esta entrada fue publicada el 8 julio, 2014 por en Homenajes, Música.
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