“Estoy rodeado de mediocridades y
nunca me he acostumbrado completamente a ello.”
“Leen y tocan bien las notas, pero se agarran
a sus vibratos como vírgenes.”
“La música es una mujer
de cuyos labios ansías escuchar:
“Nadie me hace sentir lo que contigo siento”.
Pero ya has caído en su trampa,
pues es ella la que siempre te transporta.”
Su padre se llamaba James Edward Ellington y su madre Daisy Kennedy. Nació bajo el signo de Tauro el 29 de abril de 1899. Su nombre terminó conteniendo el apellido de su madre, a quien adoró más que a nadie: Edward Kennedy Ellington. A su vez, su hijo se llamaría Mercer Kennedy Ellington[1] y su nieto Edward Kennedy Ellington II.
Desde niño demostró afición por la pulcritud en el vestir y los modales. De ahí su mote de Duke (Duque). Su padre, que trabajaba de mayordomo, realizaba horas extras en fiestas de la alta sociedad; así el Duque entró tempranamente en contacto con piezas de porcelana, cristal y plata que le obsequiaban. Casi no se relacionó con personas de piel muy oscura.
El reiterado relato de su madre, de que casi perece en el hundimiento de un ferry mientras estaba embarazada de él, hizo que Duke tuviera terror a los viajes en barco o avión, siendo el tren su favorito, a punto tal que compraría 3 vagones para trasladar a su orquesta y le dedicaría varios temas musicales (The Happy-Go-Lucky-Local, Day Break Express y Take the A Train). Era muy supersticioso, y cuando había tormentas, cerraba las ventanas por miedo a que algún rayo se introdujera atraído por las corrientes de aire. Paradójicamente, estimaba los viernes 13 como su día de suerte, pues había comenzado varios shows exitosos en tal día. Consideraba a ciertas personas, yeta. Así como silbar entre bambalinas. Y temía varios colores, siendo el azul su favorito[2].
A falta de radio, en su casa había un piano, y sus padres lo enviaron a tomar lecciones con una tal señorita Clikscales[3]. Su madre y su padre tocaban el piano, así como su hermana Ruth. A veces su madre lo hacía llorar de emoción cuando interpretaba.
A los 12 años obtuvo, en vacaciones, un empleo de lavaplatos. Más tarde despacharía café y gaseosas.
Concurrió a una escuela poco distinguida, donde a su vez tampoco se distinguió como alumno, pues todo lo que no le interesaba era como si no existiese. Allí conoció a Edna Thompson, con quien se casaría a los 20 años, al embarazarla de Mercer. Duke hubiera preferido una niña, y jamás adoptó una actitud normalmente paternal con Mercer, a quien más bien consideró un empleado.
Al finalizar la escuela, se ganaba la vida pintando telones y escenarios en el Howard Theater de Washington, anticipando así su destreza para “colorear” sus obras musicales. Recién luego del casamiento se fue transformando en un músico profesional, tras realizar labores marginales de pianista. Llegó a desafiar a J.P.Johnson.
Hacia 1920 la pareja viajó a New York en busca de mejor trabajo, dejando a Mercer con sus abuelos, pues contaban solamente con una pequeña pieza. Recién lo recuperarían justo cuando se separaron en 1928. Edna le había hecho una escena de celos a Duke porque se había ausentado algunos días, llegando a producirle un corte con navaja en la cara de Ellington, cicatriz que llevaría el resto de su vida.
Al año, Duke instaló a sus padres, hermana e hijo en otro departamento. Siendo ya un artista independiente, esa acción habla a las claras de su piedad filial. Le encantaba llevarlos consigo cuando viajaba a tocar en otra ciudad. En particular quería siempre complacer a su madre, y llevarla era someter los shows a su escrutinio, y hacerla partícipe de sus éxitos para que estuviese orgullosa. Siempre le compraba flores. Cuando enfermó de cáncer, suspendió todas sus actividades para cuidarla, quedando sus finanzas muy resentidas también por los gastos médicos. Al fallecer en 1935, se sumió en una depresión que duró meses. Durante años, al llegar el aniversario del fallecimiento, se emborrachaba por un par de semanas.
Ni su hijo supo cómo se las ingenió Duke para aprender a leer y escribir música. Fue casi completamente autodidacto. Escuchaba discos, los tocaba de oído y los analizaba y analizaba. También se relacionó con media docena de músicos que oficiaron, oralmente, de maestros. Pero no eran clases, sino conversaciones.
Duke Ellington detestaba las reglas y, por eso, la formación académica. Las consideraba destructivas de la creatividad. Rechazar las reglas establecidas era para él una fuente de inspiración, dedicándose a tratar de formular una idea musical exactamente en contra de la regla.
Varios testigos han afirmado que Duke no podía leer su parte del piano en una partitura orquestal con comodidad, y por eso se enfrascó en tocar lo que él componía. Aquí está la fuente que lo llevó a desarrollar su creatividad: su falta de pericia para tocar correctamente las ideas musicales de otros. Afirmó como en chiste: “Compongo mi propia música porque no puedo tocar la de otros.” Pero no era chiste.
Tocó en el Kentucky Club, ubicado en un sótano de la esquina de Broadway y la 49 (barrio de Harlem), durante 4 años. Era una banda llamada Los Washingtonians, compuesta por 6 miembros. Despidieron al banjista al descubrir que se había iba quedando con 5 aumentos de caché.
Desde 1927 hasta 1932 tocó en el Cotton Club, en la 142St. y Lenox Avenue, donde alcanzaría la fama debido a que se desde allí se transmitía periódicamente un programa de radio a toda la nación. Por entonces grabaron bajo diferentes nombres: The Washingtonians, The Whoopee Makers, Sonny Greer and his Memphis Men, The Harlem Footwarmers, The Six Jolly Jesters, Mills`s Ten Blackberries, The Harlem Hot Chocolates, The Jungle Band, The Memphis Hot Shots, Duke Ellington and His Cotton Club Orchestra y Duke Ellington and his Famous Orchestra.
La orquesta cobraba 100 mil dólares semanalmente, con un salario promedio de 2.250 dólares[4]. Pero la Gran Depresión pulverizó sus ahorros, y la familia comenzó a pagar facturas con atraso.
Como la mayor parte de la orquesta no sabía leer música, Duke no escribía los arreglos sino que se ensayaban oralmente. Cuando más adelante comenzó a escribirlos, lo hacía cifradamente para evitar robos. Era tal el rapiñaje que cuando llegaba al Cotton Club algún músico listo, la orquesta no tocaba temas originales no grabados, para evitar el casi seguro robo.
Si bien se estusiasmó con su primer auto, pronto dejó de conducirlo porque se dio cuenta que le quitaba tiempo para pensar música. Por eso siempre se lo hacía conducir a algún músico de su banda. Anotaba pensamientos y proyectos en cuadernitos, como Beethoven, que no se conservaron. No quería perderse ninguna ocurrencia. Detestaba esos documentales sobre cine o televisión que van revelando cómo se hace una serie o una película; consideraba que la magia del creador, el truco, debía quedar bien guardado. Así lo hizo siempre con su música. Jamás reveló el truco. Y nadie pudo volver a reproducirlo.
A Duke le encantaban las mujeres. En 1927, con Black & Tan Fantasy conmemoró la muerte del amor hacia su amante de entonces. En 1928 escribió Black Beauty, dedicado a la vedette Florence Mills, que había fallecido de peritonitis el años anterior
Durante esa época salió con Fredericka Carolyn «Fredi» Washington (Capricornio), una bailarina devenida actriz, bellísima, pero que al darse cuenta que Duke no la esposaría, se casó con uno de sus músicos.
En 1932 escribió Sophisticated Lady, inspirado por su ex esposa, que estaba deprimida y alcoholizada luego de su separación. Cuando la dejó en 1930, se fue a vivir con una bailarina del Cotton Club, Mildred Dixon, inteligente, elegante y diminuta como una ballerina.
En 1938 se enamoró de una figurante del Cotton Club, Beatrice Ellis (Evie), con quien se fue a vivir el resto de su vida, sin llevarse nada de su domicilio anterior[5]. Los miembros de la banda terminaron apodándola Thunderbird (Pájaro de Trueno) porque era una persona difícil. Su hijo y su hermana, que vivían con Mildred, debieron mudarse a un nuevo departamento para vivir solos.
En 1953 escribió para ella Satin Doll. No tuvieron hijos, pero sí a Davy, un caniche negro al que adoraban, y que ocupaba con sus bártulos (comideras, mantas, juguetes) todo el living.
En 1959 apareció en Las Vegas una admiradora, de profesión cantante, que se convirtió en una suerte de protectora, que lo seguía a todo show y lo cobijaba durante el día en su domicilio. El día que la orquesta se fue de Las Vegas, concurrió a la estación de tren a despedirlo, vestida con un abrigo de visón, con el cual lo rodeó para darle un beso-abrazo de despedida. Al hacerlo, todos vieron que estaba completamente desnuda, perturbando no sólo a Ellington. Esa despedida, por supuesto, no sería definitiva, sino que siguieron interactuando hasta el día del velorio. En efecto, al internarlo terminalmente, esta dama lo acompañaba, pues resultó que Evie también estaba convalesciente de una operación por cáncer. Cuando Duke telefoneaba a Evie, la dama lo dejaba a solas con su esposa; luego retornaba a hacerle compañía. Duke le decía que no podía esposarla, porque estaba casado con Evie, lo cual era falso.
En una ocasión, Evie los siguió hasta Tokio y allí les hizo una escena de celos, pero Duke la conminó a volver a New York. Para asustarlo, desapareció sin comunicar su paradero. Cuando él regresó con dos grandes collares de perlas, todo volvió a la normalidad. No todo fue siempre tan calmo: en dos ocasiones amenazó a Ellington con una pistola: cuando entendió la importancia para él de La Dama de las Vegas y cuando entendió que nunca la esposaría.
Así Edna Thompson (novia del colegio), Fredi Washington (actriz), Mildred Dixon (bailarina), Evie Ellis (figurante) y La Dama de Las Vegas (cantante) fueron el quinteto amoroso de su vida, más allá de muchas relaciones circunstanciales. Pero sólo tuvo relaciones relativamente armoniosas con su madre y con su hermana Ruth. A medida que envejeció fue moderando su gula, su ingesta alcohólica (redujo notablemente el trago a los 45 años) y pasó de 20 cigarrillos diarios a 4 a medio fumar. Tomaba regularmente vitaminas y píldoras, revelando su autopsia el perfecto estado de conservación de sus vísceras. Pero jamás se moderó con las mujeres. Ellington sería toda su vida un empedernido mujeriego, aunque no tanto, pues sólo se casó una vez. Según su hijo, amaba-odiaba a las mujeres, esperando fagocitárselas, para cambiarlas por otras, evidenciando su dominio.
Esa suerte de perversidad también la ejercitaba con algunos de sus músicos, a quienes solía insultar poco antes de salir a escena, a veces por nimiedades. Disfrutaba humillando a algunas personas. Llegó a despedir músicos arbitrariamente. En una ocasión, le tiró una botella de gaseosa a uno que no interpretaba exactamente como él le indicaba.
Terminó odiando a los periodistas; especialmente los que le sacaban fotos con flash o le preguntaban sobre asuntos que deberían haber leído por ser públicos. Cegado una noche por un flash, le arrojó al fotógrafo un vaso de vidrio desde el piano.
Veía confabulaciones contra la sociedad civil por parte de los comunistas, de los sindicalistas y de los capitalistas. También creía que había una especie de mafia homosexual, a pesar de sus muchas relaciones laborales con miembros de tal comunidad, a quienes respetaba como artistas, siendo el caso más conspicuo su asociación simbiótica con Billy Strayhorn.
Su personalidad era muy opaca. Se relacionaba superficialmente; nunca expresaba claramente sus estados de ánimo, ni sus ideas ni sus intenciones. Su conversación era siempre elíptica: atacaba un tema para desembocar en otro, porque no quería nunca mostrar abiertamente su tópico de interés. Varios allegados coincidieron en afirmar que nadie llegó a conocerlo bien (tal vez excepto su madre y su hermana) porque él jamás dejó que lo conocieran. Relacionarse con él era sentir la existencia de un muro separador. Nadie podía acercarse más allá de cierto límite. Duke Ellington vivió metido dentro de sí mismo.
En cambio sus composiciones musicales revelan el estado de ánimo que lo embargaba en tal momento. Sólo en la música era directo. No podía simular un humor musical; simplemente lo expresaba. Como un pintor. Por eso tituló su autobiografía La música es mi amante, porque él era dominado sólo por ella. Mientras su objetivo parece haber sido dominar a todo el mundo con su ayuda.
Era absolutamente concreto. No deseaba planear ni otear el futuro sino resolver los problemas inmediatos. Así transcurrió toda su vida. Su madre le había inculcado que nunca temiera el futuro. Que viviera despreocupadamente. Y él le hizo caso. Sus obras no se encontraron ni siquiera escritas. Las partituras sólo eran guías recordatorias, pero gran parte de cada obra estaba sólo en su mente o en la de sus solistas. En el mismo sentido, ni siquiera dejó testamento.
La relación con su único hijo reconocido, Mercer, fue sumamente conflictiva, porque Ellington era un tipo difícil. Mercer, quien trabajó desde cadete hasta organizador de la orquesta, lo llamada Pop (Papi), más respetuoso que el habitual Daddy (Papito). Para Ellington siempre fue una especie de auxiliar. Una vez le dijo que él sólo tenía que preocuparse por darle nietos, que él mismo los mantendría. No estuvo nunca interesado en que se desarrollara por sí mismo. Era una paternidad destructiva.
En particular, era muy celoso de que su hijo tuviera una orquesta con el mismo nombre compitiendo con la suya. Por eso, de la misma manera que le facilitó al cantante Al Hibler, se lo robó cuando comenzó Mercer a tomar vuelo. Tal vez por eso mismo lo envió a estudiar a Columbia y Julliard, ya que consideraba que la educación formal destruía la creatividad. Tampoco titubeó a la hora de tomar prestados temas compuestos por Mercer, como lo hizo en el caso de Mainstream que es parte de The River.
Hacia 1942 un colega director de orquesta se encontró con Duke y, al notarlo desanimado, lo invitó unos tragos con un par de damiselas a un cabaret. Cuando dicho director se levantó a atender un falso llamado telefónico, que un mozo contratado por Duke le había anunciado,
Ellington aprovechó para fugarse con las damiselas e internarse con ellas en el hotel del lugar, dejándole a pagar la cuenta del bar y del hotel.
A medida que fue envejeciendo se hizo cada vez más religioso, componiendo 3 conciertos sacros. Era un ávido lector de la Biblia y mantenía cordiales relaciones con católicos, protestantes de varias ramas y judíos. Apostaba a todos los números para intentar no perder. Su hijo opinó que su instinto manipulador no evitó ni siquiera a Dios.
Jamás usó reloj, lo que le costó en una gira esperar una hora de más para que pasaran a recogerlo, pues se había guiado por un reloj del pasillo del hotel que estaba adelantado. Siempre remitía sus tarjetas de navidad bien tarde (llegaban hacia Julio) para que no se apelotonaran con las del resto. Poco antes de morir, las envió con más anticipación, en mayo, y entonces muchos creyeron, erróneamente, que se había anticipado al año siguiente, sabiendo que se moría. Aunque hay que admitir que no tenía problemas con el tempo.
Su popularidad le molestaba en su vida privada. Cuando comía en restaurantes, detestaba tener que dar la mano a un desconocido, pues se sentía amenazado por sus gérmenes. Terminó adoptando la costumbre de comer casi siempre en la habitación del hotel cuando estaba en gira.
Su genio era tan admirable como su energía. 3.000 composiciones y 20.000 representaciones lo prueban, sin duda alguna. Cuando le preguntaban, ya anciano, si pensaba retirarse, contestaba desdeñosamente: “¿Retirarme a qué?”. Poco antes de morir de cáncer, ya muy enfermo y debilitado, realizó una gira de 40 días por 30 ciudades, si bien la mayoría europeas, incluyendo Etiopía y Zambia (Africa). Desde que comenzó a trabajar, jamás tomó vacaciones. Y sólo jugó al golf una vez. Su relax consistía en ver televisión. Era fanático de Perry Mason y también disfrutaba westerns. En concordancia no le gustaba la compañía de gente inteligente, pues se aburría hablando estructuradamente.
En su discurso fúnebre, dijo su amigo Stanley Dance, crítico inglés:
“Era un aristócrata natural que nunca olvidó que pertenecía a la masa. Fue el hombre más innovador en su campo y sin embargo, paradójicamente, un conservador, alguien que construía cosas nuevas sobre lo mejor de las cosas viejas y desdeñaba las modas efímeras.
Los éxitos de sus canciones populares son solamente una pequeña parte del sin par legado de Duke Ellington a la humanidad. Su música será interpretada por otros, pero nunca con el significado y los caracteres tonales ofrecidos por su propia orquesta y solistas, para quien fue escrita. En este aspecto, sus discos son el mayor de los regalos que nos ha hecho. Aquí se puede entrar en un mundo único, lleno de sus sueños, emociones, fantasías y de sus fascinadoras armonías. Hizo surgir de sus músicos calidades que, a veces, no sabían que poseían. Tuvo un don para que buenos músicos fuesen grandes, y grandes músicos fuesen los más grandes. Siendo el mejor arregladista de la profesión, le era posible darles soberbias telas de fondo, y siendo uno de los más inventivos pianistas – y de los más infravalorados-, les dio inspirados acompañamientos. De hecho, era más una inspiración que una influencia, y aunque no pretendía ser partidario de la disciplina, guió su reino con sabiduría.
Ellington sabía que lo que llaman genio era resultado de dones que procedían de Dios. Creía firmemente en lo que también creía la madre a quien adoraba: que había recibido un don con su nacimiento. Llegó a la gente con su música y los atrajo hacia él.”
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Acabamos de repasar aspectos de la vida de Ellington que lo empequeñecen un poco, haciéndolo más cercano a nosotros, los mortales comunes. Pero al hacerlo, su estatura de genio de la música no se achica ni un ápice. Al contrario, toma contraste, porque todo lo que hizo lo hizo desde un cuerpo y una sensibilidad tan humana como la nuestra. La grandeza de estos genios radica en que todo el edificio está construido sobre el mismo barro que cualquiera de nosotros, habiendo tenido que superar los mismos trámites y obstáculos que sufrimos diariamente.
La mayor ovación que recibió Ellington, según Mercer y Stanley Dance, fue al tocar en Buenos Aires. Tuvieron que agregar un show extraordinario, un domingo a las 10 de la mañana, al que volvieron a tocar desde Chile, pues su actuación programada en Argentina había sido la semana anterior. La gente se amontonaba en las calles, arrojando flores mientras lloraba de la emoción. Al salir del teatro Duke, y subir directamente al auto que lo volvería a conducir al aeropuerto, sus seguidores se aferraban a él desde las ventanillas de su auto, le hacían llegar regalos anónimos (sin nota que identificara a su dueño) y lloraban de la emoción por su partida. Dijo Stanley Dance que esta fue una de las escasísimas veces que lo vió a Duke al borde de las lágrimas.
Hubiera querido estar allí, en su ventanilla, para tocarlo a fin de confirmar su simple humanidad, y hacerle llegar mi humilde obsequio: este escrito y el infinito amor que recibí de su música. Por tanta alegría espiritual que el mundo ellington le dio al mundo morando. Y le seguirá dando.
En octubre 1973 (antes de morir, el 24 de mayo de 1974, poco después de cumplir 75 años) estrenó su tercer concierto sacro, compuesto por los siguientes temas: ¿Es Dios una palabra de cuatro letras que significa Amor?; La Hermandad; Aleluya; Cada hombre ora en su propio lenguaje; Nadie es nada sin Dios; y La majestad de Dios.
Había agotado el uso de su don, y venía a devolverlo.
[1] Mercer en honor a Will Mercer Cook, diplomático norteamericano hijo del músico Will Marion Cook. Por una rara casualidad, Will Mercer atropellaría con su auto a Mercer Ellington cuando éste tenía ocho años, sin causarle mayores daños.
[2] Esto llegó a tal punto, que cuando la primera edición de su autobiografía se imprimió en tapa marrón (color que consideraba de muy mal presagio, pues lo asociaba con el traje marrón que se puso para el funeral de su madre), hizo retener la edición de 25.000 ejemplares, y cambiarla por una con tapa azul. Recién después de su muerte, los editores lanzaron la edición retenida como oferta.
[3] Que casi significa “escala en chasquidos”.
[4] En poder adquisitivo de 2014. Hacia 1930 la orquesta llegó a cobrar 45 mil dólares por noche.
[5] Posiblemente por miedo a adquirir una nueva cicatriz.
Excelente nota!!