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El blog de Mario Morando

El silencio de los músicos

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Nunca conocí un músico profesional locuaz. Cada uno mide cuidadosamente sus palabras como si fueran notas musicales que, si abundan, dañan. Antes que nada son respetuosos del silencio, la materia sobre la cual inscriben sus sonidos. Además, generalmente son introvertidos, no por tímidos, sino porque están absortos en su mundo musical, mucho más rico y profundo que ese mundo coloquial donde transitan los trámites que realizamos mecánicamente todos los días.

Ver nota 2

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Es en esa parquedad donde se incuba la potencia de su discurso musical. Generalmente esa potencia surge de su relativa incapacidad para expresarse naturalmente de la manera discursiva habitual, como lo hace el resto de los mortales. Son muy escasos los que se ven obligados a contener su natural locuacidad en aras de un lenguaje musical que reputan superior. La mayor parte no tiene que contener nada, sino que compensan sus limitaciones verbales con sus habilidades musicales. Lo que no se expresa por un lado, termina saliendo por otro. Los músicos generalmente se expresan de la única manera que pueden expresarse, y lo mismo sucede con el resto de los artistas. Cuantas más limitaciones en las formas socialmente habituales de expresión, mayor potencia en su correspondiente arte.

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Además, en gran parte desprecian las palabras como posibles vehículos de falsedad. En cambio no puede circular un discurso musical falso: en seguida queda al descubierto. Por  inauténtico, cae por su propio peso.

No es sólo la posibilidad de que algunas palabras engañen, sino que esa posibilidad vicia toda esperanza de lograr conocimiento a través de las palabras. Sucede que la palabra denota un concepto, algo diferente a la palabra en sí. En cambio una nota musical no denota nada, sólo a sí misma. El concepto aparece revestido de la palabra; la nota musical aparece desnuda. Toda la búsqueda de la verdad musical está limitada a jugar con las infinitas ordenaciones y duraciones de las 37 notas. Las palabras no juegan ningún papel en esa búsqueda. El músico, más que buscar la verdad musical, la construye. Esa verdad está ahí, o no está. Es un hecho estético, auténtico y real. Aunque no se vea ni se toque ni se huela ni se olfatee. Como a Dios, al discurso musical sólo se lo escucha y se lo lee.

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Por eso resulta mérito de los letristas que tantas piezas musicales tengan un mensaje discursivo asociado, lo que da lugar al canto con palabras. Sería completamente natural el canto sin ellas, como si la voz fuera un instrumento más; porque los instrumentos no hablan; no dicen sino su sonido. Engarzar las palabras sobre la melodía es un procedimiento antinatural que un músico nunca acometería, si no fuera acosado por la horda de los letristas, seres que por el contrario no pueden concebir el espacio sonoro sin palabras que lo ocupen. Literatos musicales.

A veces es la música la que se engarza sobre las palabras preexistentes del poeta, y esto es mucho más entendible, pues surge de la competencia que el músico de alma experimenta con las palabras. Es su intento de “ponerle música”, que es como decir: “vas a ver cómo con la música digo lo mismo, y mejor, que vos con las palabras”.

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Como una curiosidad complementaria de todo lo anterior, generalmente “el que toca, nunca baila”. Viven el ritmo de modo cerebral, no físico. Aunque no son pocos los que mueven el piecito para afirmarlo. Pero sólo el piecito.Generalmente las melodías superan ampliamente en calidad el contenido de las palabras que, arbitrariamente, se acoplaron a ellas; en todo caso, las palabras están al menos al nivel de la música para la que fueron escritas. No conozco casos en que las palabras superen la melodía. Y esto es un misterio, porque fácilmente puede concebirse tal cosa.

 

Todos los testimonios sobre ángeles los describen mudos, sólo parlantes con su mente. Es lógico que así sea, pues además son los custodios de la música, de la cual el príncipe era Lucifer, el ángel de la música que se reveló contra Dios. Pero al irse expulsado de su reino, se llevó no sólo palabras, sino música. Si así fuera, se equivocan los músicos cuando reputan impureza, falsedad, sólo en las palabras. Según los evangelistas de principios del siglo XX, muchos de los cuales eran padres de bluseros, había música celestial (la clásica) y música satánica (el blues/jazz).

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Un corolario interesante de la historia anterior es que la rebelión de Lucifer le habría costado al Cielo la pérdida de la música. Por lo tanto, sería un lugar exactamente contrario al ambiente de los músicos, es decir, donde sólo reinan las palabras. La música reinaría sólo en el Infierno. Y las bellísimas manifestaciones que desenvuelve en la Tierra serían simples tentaciones. La música, oída en el Infierno, tal vez resultaría satánicamente insoportable.

Mientras hay quienes tratan de dilucidar lo Verdadero de lo Falso, y el  Bien del Mal, disfrutemos elementalmente de las palabras y de la música. Las que nos transportan a diferentes dimensiones de la múltiple, variada e infinita realidad. Sea ésta beata o satánica o terrestre.


Nota 1: En Génesis, 4, 21, se lee: “Jabal tuvo un hermano llamado Jubal, quien fue el antepasado de los que tocan el arpa y la flauta.” Jubal era el séptimo hijo de Caín. Así la Biblia sugiere que la música llegó a la humanidad a través del mal de Caín, pues todos sus hijos trajeron al mundo algo contrario a la religión. Es decir, la Biblia sugiere que la música es mala. Para tener una opinión actualizada, si bien parcial, al respecto, sugerimos consultar http://salvandoenfermos.wordpress.com/2012/07/30/generos-musicales-satanicos-y-peligrosos-para-tu-alma/

Nota 2: La pintura es El Descanso en la fuga a Egipto, de Caravaggio. Se destaca la utilización de un motivo musical en un lienzo de temática sagrada. José, María y el Niño hacen un alto en el camino para descansar. La escena rezuma dulzura y serenidad, algo que la presencia musical ayuda a potenciar. María acoge y rodea la dormida figura de su hijo mientras José sostiene en las manos la partitura de un motete mariano basado en el Cantar de los Cantares, del compositor franco-flamenco Nöel Bauldewijn, Director del Coro de S. Rombault en Malinas desde 1509 y de Notre Dame en Amberes desde 1513, para que sea interpretado por un ángel violinista. El carácter poético de esta “canción de cuna” angelical para arrullar a la madre y al niño se visualiza pictóricamente. El milagro de Caravaggio.

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Esta entrada fue publicada en 1 enero, 2014 por en Música y etiquetada con .
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