Los discípulos preguntaron a Jesús:
¿Quién es el más grande en el reino de los cielos?
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio y dijo:
Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como niños,
no entraréis en el reino de Dios.
El que se haga pequeño como este niño,
ése es el más grande en el reino de Dios.
Mt 18,1-5; Mc 9,33-37; Lc 9,46-48
El gran impulso de todo niño es ser grande. Imagina que al ingresar en el mundo adulto, obtendrá todo aquello que hoy le resulta vedado. Y que lo hará finalmente feliz.
El niño se esfuerza por crecer. Come la papa, y estudia para progresar hacia estadios socialmente superiores que lo acercarán a la grandeza de ser grande.
“Lucha por la fe que lo empecina”.
El niño se convierte en empleado, en profesional. Se va sintiendo importante a medida que va dejando de ser niño.
Ingresa al mundo del sexo. Primero solitariamente. Luego, socializando este impulso. Termina siendo esposo y padre.
La adquisición de un automóvil señala que ha atravesado una línea visible, que lo transporta a una dimensión superior, de mayor poder. Ser grande es tener ese mayor poder. Y ser el más grande es tener el mayor poder.
Su tono de voz en las afirmaciones se vuelve solemne. La manera como observa a los menores así, con condescendencia, marca su nivel (LM dixit).
Ya no se permite ciertos chistes. Debe aparecer serio. Vestirse con ropa no barata, con cierto diseño. Lucir como un adulto. Como un señor.
Sus amigos chiquilines son rápidamente raleados de sus reuniones. Un señor no puede sino dedicar su tiempo o a los negocios o al deporte, que en definitiva es un entrenamiento competitivo para los negocios.
La mayor señal de adultez es haber adquirido riqueza económica. Y utilizarla en satisfacer goces propios de un adulto serio. Aun reírse requiere de cierta clase, de cierto control. La clave de la adultez es el control, la seriedad, la circunspección.
Nunca me creí esta historia. Siento que lo mejor de mí vive en mi yo niño. Esa parte mía que no creció. Simplemente se desenvolvió. Inspeccionó con curiosidad todo aspecto de la realidad que llamó su atención, instintivamente. No quiere crecer, porque sabe que crecer es autodestruirse.
Me siento un niño, con poco pelo en la cabeza y demasiado en el cuerpo. Sin capacidad para disimular desagrados ni sorpresas. Omni-entusiasmado con las sorpresas y enojado con las frustraciones.
Quisiera ser siempre un niño, en toda ocasión. Evitar trabajar y tener que gastar mi propio dinero. Sentirme protegido. Decir lo que se me antoja, cuando se me antoja, a quien se me antoja.
Me sonrío antes los serios, que se sienten importantes por haber alcanzado posiciones circunstanciales de elemental poder, las que son nada comparadas con las que alcanzaron Alejandro Magno, Nerón o Hitler. Ni siquiera llegaron a ser niños. Son proto-personas. Ni niños, ni adultos, ni nada. Maniquíes que viven en pose, imaginando que su vida está siendo filmada por alguien. Ellos actúan y actúan.
Por eso siento tanta pena cuando veo crecer a mis hijos, a quienes me habría encantado congelar como niños; sin matarlos al hacerlo. Con sus exclamaciones nada estudiadas. Hoy, los veo serios y compuestos. Quieren ser grandes. Seguramente lo lograrán; para su pesar.
No me cuesta ser niño, porque es lo que siento que soy. Me permite recomendarle a mis hijos que se esfuercen para no dejar de serlo nunca. Por supuesto, que simulen ser grandes, para la gilada; para conseguir un trabajo, o algo que en nuestra seria y Gran Sociedad no pueden conseguir de otra manera. Para demostrar que no son menos que otros impostores.
Pero el ser, el verdadero ser, el único ser auténtico, vital y móvil del que disponemos, es nuestra persona, tal y como era a los 5 años y como seguirá siendo siempre mientras vivamos. La felicidad infantil es la única verdadera. Por serios que hayamos “logrado” llegar a ser, ese miedo infantil nos reconquistará frente a nuestra muerte en ciernes. Porque el miedo infantil también es el único verdadero. El resto son trajes, máscaras, adornos, simulaciones.
Ser, o vivir muerto. Esa es la cuestión del aprovechamiento de la vida.