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El blog de Mario Morando

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El fin y causa última de la música no debería ser otro
que la gloria de Dios y la recreación del ánimo.
Donde esto no se cumple no hay verdadera música,
sino sólo diabólico estruendo y barullo.
Juan Sebastián Bach

bach

La audición de la música de Bach nos remite inmediatamente a una mente circunspecta y concentrada en la grandeza del universo y su eventual Creador. Sin embargo, queremos aquí enfatizar que la personalidad de Juan Sebastián Bach era eminentemente práctica, constituyéndose en todo un ejemplo de lo que una voluntad, con método, puede lograr. Cómo lo extraordinario puede surgir de lo ordinario, que es como siempre surge.

Según su obituario, escrito por su hijo Carl Philipp, J. S. B. estimaba “haber recibido el amor y la aptitud por la música como un regalo de la naturaleza. He alcanzado por el trabajo y la práctica lo que cualquier otro hombre con un talento natural mediano y habilidad podría conseguir.” Lo que no puede subestimarse es que haya nacido en una familia donde bisabuelo, abuelo, padre, tres hermanos y numerosos tíos y primos eran músicos profesionales. A lo que debe sumarse el constante desfile de colegas que concurrían a estudiar o a ensayar a sus casas.

En particular, J. S. B. estimaba la obra de su tío Christoph, a quien denominaba “el profundo compositor”, pues el resto de sus familiares eran sólo ejecutantes.

Sobre su modestia es interesante la anécdota donde relataba que, habiendo creído que había llegado a poder tocar cualquier trozo de música a primera vista, su amigo Walther le suministró una partitura aparentemente fácil frente a la cual, finalmente, exclamó, luego de detenerse repetidamente frente a un pasaje: “No, no puede tocarse todo a primera vista, no es posible”, mientras su amigo reía en la habitación vecina.

Pero toda la facilidad que pudo darle su genética y su ambiente para desarrollar música, se vio contrarrestada por sus circunstancias adversas. A los 9 años de edad quedó huérfano de madre, y a los 10, de padre,lo cual lo obligó a trabajar arduamente desde pequeño como soprano coral y luego, cuando su voz cambió a los 14 años, como barítono.

A los 38 años enterró dos hijos pequeños, con diferencia de semanas. Serían luego 9 más los que enterraría, entre quienes se encontró Johann Gottfried, un hijo díscolo que lo llenó de vergüenza y deudas de juego. Su primera esposa murió imprevistamente, de lo que se enteró al regresar de un viaje.

Además, estaba su permanente insatisfacción con las oportunidades de trabajo que conseguía. Por eso mismo toda su historia profesional fue un peregrinar de pueblo en pueblo: Ohrdruf (1695-1700), Lüneburg (1700-3), Arnstadt (1703-8), Weimar (1708-1717), Cöthen (1717-1723) y Leipzig (1723-1750), siempre en búsqueda de mejores condiciones económicas y de mejores órganos.

Sirva la siguiente carta de 1730 a Georg Erdmann, ex camarada de estudios en el liceo juvenil, como muestra de su descontento:

“Este puesto me fue descrito en términos tan favorables, que finalmente (y sobre todo porque mis hijos parecían inclinados hacia los estudios universitarios) puse en juego mi destino, en el nombre del Señor, e hice mi viaje a Leipzig, pasé mi examen y procedí a asumir el cargo en el que aún estoy, por la voluntad de Dios. Pero 1) el empleo no es en ningún sentido tan lucrativo como me lo habían descrito; 2) no he conseguido muchos de los beneficios anexos al mismo; 3) es una ciudad muy cara; y 4) el interés de las autoridades por la música es menguado o nulo, de modo que debo vivir entre casi continuas vejaciones, envidias, y persecuciones. Por consiguiente, y teniendo en cuenta todo eso, me veré obligado a buscar fortuna en otro lugar, con la ayuda de Dios. Si Vuestra Señoría sabe o encuentra un puesto adecuado en su ciudad para un antiguo y fiel servidor, yo le ruego muy humildemente me favorezca con la gracia de su recomendación, prometiéndole que no dejaré de hacer todo lo que pueda para dar satisfacción y justificar vuestra graciosa intervención en mi beneficio. Mi remuneración actual monta unos 700 táleros, y cuando hay algunos funerales más de lo habitual, los honorarios aumentan en proporción; pero si sopla un viento salutífero mis honorarios decaen, como es fácil comprender. Por ejemplo, el año pasado dejé de ganar los honorarios que normalmente percibía por los funerales, lo que me ha supuesto una diferencia de más de 100 táleros. En Turingia, yo podía arreglármelas mejor con 400 táleros que aquí con el doble, debido al alto coste de la vida.”

Bach tenía ya desde joven un profundo conocimiento sobre la construcción, reparación y afinación de órganos. Su biógrafo Forkel relata que “nadie sabía fijar a su gusto los plectros de pluma de su clave, por eso siempre lo hacía él mismo. También afinaba su clavicémbalo y su clavicordio, con tanta práctica que nunca le llevaba más de un cuarto de hora.” Lo que le valió variados contratos con tal fin. Además, cuando Gottfried Silbermann sometió a su opinión su rediseño del piano forte, en base al diseño original de Cristofori, las críticas de Bach lo demoraron ¡quince años en ponerlo en el mercado! J. S. B. también tenía profundos conocimientos de acústica de los espacios: por ejemplo, cuando visitó la casa de la ópera en Berlín, inmediatamente avizoró que la sala de banquetes tenía una propiedad acústica inusual: si alguien se dirigía a una esquina del largo salón y susurraba unas palabras muy suavemente de cara a la pared, otra persona ubicada en la esquina opuesta lo escucharía claramente, mientras que el resto de los presentes no.

Su carácter no era nada pacífico, como podría sugerirlo su música. Se registran varios altercados de todo tipo, desde peleas con daga con alguno de sus alumnos hasta disputas verbales con la autoridad por cuestiones de prestigio, de negarse a colaborar con su coro de estudiantes o por cuestionar la rareza de su música. Incluso fue multado en la corte de Weimar por cambiar de trabajo, y frente a su consiguiente desacato llegó a conocer un mes de prisión. Justamente, parece que en ese confinamiento es donde comenzó a escribir la parte I de su Clave Bien Temperado. También dice Spitta que durante un ensayo se arrancó la peluca y la arrojó al organista como respuesta a un mal acorde de éste.

Un misterio siempre presente es cómo se las arregló para tener veinte hijos con dos esposas (quedó viudo hacia los 30 años) mientras profundizaba los arcanos de la música y vivía, en el mejor de los casos, en una residencia prestada de 180 m2, donde su estudio-biblioteca ocupaba un tercio. Es cierto que diez de sus hijos fallecieron antes de llegar a los cinco años,1 pero igual llegaban a ser siete personas más invitados. Su hijo Carl Philipp Emanuel describía su casa como “una pajarera”, siempre repleta de personas que entraban y salían a todas horas.

Bach comenzó a intentar la composición musical sin guía, y por lo tanto sus primeros intentos fueron deficientes. Afirmaba su primer biógrafo, Forkel: “Él no tardó en darse cuenta de que no conducía a nada el correr y saltar eternamente; que se precisaba orden, hilación y proporción en los conceptos, y que para alcanzar tales objetivos necesitaba algún tipo de guía. Y la encontró en los conciertos para violín de Vivaldi, recién publicados por aquel entonces. Tantas veces se los habían alabado como composiciones admirables, que concibió la feliz ocurrencia de arreglarlos todos para teclado. Estudió el encadenamiento de las ideas, sus mutuas relaciones, las variaciones de las modulaciones y otros muchos detalles.” En suma, Bach fue autodidacta.

A pesar de su excelencia (todos los testimonios lo señalaban como eximio ejecutante de órgano y clavecín; el pianoforte aún no existía) conoció la humillación de ser desplazado en un concurso por un acomodado político, que había comprado el cargo de organista de Hamburgo, a pesar de que todos coincidían en la superioridad técnica de J. S. B.

Cabe citar la siguiente descripción que el rector Gesner hizo de la performance de Bach, dirigiéndose retóricamente a Marco Fabio Quintiliano del siglo I:

“En muy poca estima tendrías el talento de los tañedores de cítara, Fabio amigo, si en regresando de ultratumba pudieras escuchar a Bach, así tocando nuestro clave, el cual es como muchas cítaras en una, con todos los dedos de ambas manos, o el instrumento de instrumentos, en cuyos innumerables tubos soplan fuelles, corriendo sobre las teclas con ambas manos y aún más diligentemente todavía con ambos pies, con lo que él mismo produce las combinaciones de sonidos más diversas y al mismo tiempo deliciosas y ordenadamente dispuestas en conjunto. Si pudiera verlo, digo, haciendo lo que muchos de tus ejecutantes de la cítara y seiscientos de tus intérpretes de tibia juntos no podrían hacer, no cantando como una voz como los citaristas y acompañándose, sino fijándose en todo y marcando el ritmo y el compás a treinta o incluso cuarenta músicos, dando entrada al uno con una inclinación de cabeza, al otro con un golpecito del pie, advirtiéndole al tercero con el dedo, levantando la voz para la nota justa al otro en la escala aguda, a otro en lo más bajo, y al tercero en la región intermedia (y todo esto hace él solo en medio del mayor estrépito de todos los participantes y, aunque está ejecutando él mismo las partes más difíciles, ni una sola equivocación se le escapa, sino que los mantiene a todos acordes, con todo tipo de precauciones y enmendando cualquier irregularidad, lleno de ritmo en cada parte de su cuerpo): así recoge él solo todas las armonías con su agudo oído y emite con su voz única el sonido de todas las voces. Devoto como soy de la antigüedad, la proeza de nuestro Bach y de todos los que alcancen a ser como él me parece una hazaña que ni muchos Orfeos ni veinte Ariones podrían igualar.”

Su gran sentido práctico, su falta de paciencia para la teoría aislada de la práctica, es decir, separada de la ejecución y la composición, lo indica el hecho de que Bach no escribió contribuciones a la teoría musical. Satisfacía su deseo de teorizar escribiendo composiciones que pudieran ser útiles a sus objetivos didácticos. Así fue como escribió El Arte de la Fuga para ejemplificar de modo sistemático el arte del contrapunto fugado; el Orgel-Büchlein para ejemplificar el arte del cantus firmus, y el Aufrichtige Anleitung para el arte de inventar y desarrollar ideas musicales; El Clave Bien Temperado para explorar el rango completo del sistema tonal.

Para él, la razón fundamental de ser músico, es decir, intérprete-compositor, no era buscar algún tipo de construcción mental, sino “elaborar una armonía agradable, a mayor honra de Dios y lícito goce del espíritu.” “El fin y causa última de la música no debería ser otro que la gloria de Dios (“Soli Deo Gloria”) y la recreación del ánimo. Donde esto no se cumple no hay verdadera música, sino sólo diabólico estruendo y barullo.”

A su biblioteca de música la llamaba “apparatus” y a las obras concretas que la integraban las llamaba “cosas”, como restándole la importancia que en realidad tenían para él. Era en su estudio donde generalmente componía sin instrumento. Anexo al estudio tenía acceso a la biblioteca del colegio de Santo Tomás, con 4.500 tomos, a los salones de la escuela y al dormitorio de los estudiantes de la coral. Todo lo que necesitaba eran unos fajos de papel, un tintero de tinta negra, otro de tinta roja, una provisión de polvo de tinta francesa al cobre para mezclar con agua, plumas de cuervo, cortaplumas para afilarlas ó borrar los errores raspando el papel, falsillas simples y dobles para dibujar los pentagramas, una regla para trazar las líneas largas de los compases, una caja de arenilla fina para secar la tinta y lápices de mina. Al no utilizar papel pautado impreso, ahorraba dinero. El papel pentagramado eran más caro porque debía ser más opaco que el que se usaba en cartas y libros, y más grueso para que las hojas se sostuvieran en los atriles. Sus partituras reflejan siempre el afán de ahorrar espacio. Un detalle no menor: cuando se recogía a solas en su gabinete de composición, prefería hacerlo con una botella de aguardiente.

Para Bach, la invención de las ideas constituía una condición fundamental, a tal punto que siempre les aconsejó a quienes no la poseyeran, que no se ocuparan de la composición musical. Pero dadas esas ideas, su reelaboración las entendía no como un acto de creación libre, sino más bien como un proceso de búsqueda imaginativa dentro de las implicaciones armónicas inherentes al tema material escogido. De ahí la opinión de Beethoven sobre sus obras para violín solo, editadas en 1805: “Tales obras son el más grande ejemplo, en cualquier forma del arte, de la facultad magistral de moverse con libertad y dueño de uno mismo, aunque encadenado a las reglas.”

En aquel entonces las obras eran concebidas para una ocasión determinada, y sólo excepcionalmente volvían a escucharse. La música no estaba pensada para eternizar a su autor: era circunstancial, y quedaba, en el mejor de los casos, archivada o hacinada en armarios. Ello explica la ingente producción que ha llegado hasta nosotros, puesto que cada evento, cada celebración, religiosa o secular, requería de una nueva partitura. Pero el número de composiciones impresas sigue siendo muy reducido comparado con el de tan valioso material. Es ilustrativo que Bach sólo viera impresa una cantata de todas las suyas. (Ramón Andrés, J. S. B. Los días, las ideas y los libros, págs. 46/7).

Por supuesto que el gran público no era fan de Bach; sí, los entendidos. Johann Kimberger, miembro de la real capilla berlinesa, escribía a una amiga en 1783:

“Aunque me he esforzado todo lo imaginable en estudiar los secretos del arte musical, no tengo inconveniente en reconocer que entiendo sus habilidades tanto como un mono que tuviera que mover una ficha en un tablero de ajedrez. Lo peor de todo ello es que cuanto más avanzo en este arte, tanto más reconozco su grandeza, que con certeza quedará como inimitable hasta la eternidad.”

Siempre me ha fascinado en los genios, no tanto su genialidad, sino su capacidad para lidiar con cuestiones prácticas que amenazaban el desarrollo de la misma. Su capacidad para resistir y combatir las adversidades. Su humildad inteligente. ¿Quién podría pensar que Juan Sebastián Bach, el rey de la fuga y el contrapunto de la música universal, se vería compelido a escribir en 1733 una nota como la siguiente al rey de Prusia?

“A mi Más Generoso Señor, Serenísimo Elector, Amabilísimo Señor:

Con profunda devoción someto a Vuestra Alteza Real esta pequeña obra de la ciencia que he alcanzado en musique, con la más absoluta sumisión ruego a Vuestra Alteza tenga la voluntad de mirarla con sus Amabilísimos Ojos obrando de acuerdo a la Mundialmente Conocida Clemencia de Vuestra Alteza ya que no a los méritos de mi pobre composition; y se digne tomarme bajo vuestra Poderosísima Protección. Durante algunos años y hasta este momento he sido el Director de Música de las dos principales iglesias de Leipzig, pero sin culpa alguna por mi parte he tenido que sufrir un agravio tras otro, y en una ocasión también una disminución de los honorarios que me corresponden en este cargo; todo lo cual tendría remedio si Vuestra Alteza Real me hiciera el favor de concederme un título de la Capilla de la Corte de Vuestra Alteza y me dejara vuestro Alto Mandato por medio de la expedición del oportuno documento remitido al lugar apropiado. El generoso cumplimiento de mi muy humilde petición me comprometerá a una devoción infinita, y ofrezco mostrar mi más debida obediencia en todo momento hacia el Más Amable Deseo de Vuestra Real Alteza, mi incansable celo en la composición de música para iglesia así como también para orquesta, y al mismo tiempo dedicar todas mis fuerzas al servicio de Vuestra Alteza, con la seguridad de la lealtad infinita hacia Vuestra Alteza Real del más humilde y obediente siervo.”

O como esta otra, a un moroso arrendatario:

“Señor Martius,

Mi paciencia ha llegado a su límite. ¿Cuánto tiempo cree que debo esperar todavía el clave? Han pasado dos meses y no ha cambiado nada. Lamento escribirle en estos términos pero es necesario. Usted debe devolvérmelo en buen estado y antes de cinco días, de lo contrario dejaremos de ser amigos.

Adieu.
Joh: Sebast: Bach.”

No sólo se ganaba la vida intermediando en la compra-venta de instrumentos musicales sino también alquilándolos para su uso. Después de todo llegaron a ser trece bocas para mantener (sus hijos, su mujer, su cuñada, él mismo). Vendía partituras y libros de música, y por supuesto tocaba en bodas y entierros.

Cantor, eximio organista y clavicentista (ejecutante e improvisador), compositor versado en todos los géneros musicales, director musical, experto en construcción de órganos, profesor particular. Todo ese trabajo acumulado no logró perforar la mediocridad de su ambiente. ¡Si hasta tuvo que soportar que un año antes de su muerte se designara oficialmente a su sucesor, “en caso de fallecimiento del señor J. S. Bach”! Sin contar la reducción de su salario a la mitad.

Pero esos funcionarios públicos (incluyendo reyes), las instituciones y los edificios que lo acogieron, los cortesanos, su público de entonces, todo, mecánica e inexorablemente, se ha disuelto en la nada del tiempo, así como su legado económico (equivalente a dos años de salario) y su propia tumba (murió por una mala praxis en operación de cataratas; el 22/10/1894 fueron exhumados varios restos, pero no pudo identificárselo fehacientemente pues tres personas habían sido enterradas en cajón de fina madera).

En cambio, han sobrevivido indestructibles sus ideas y estructuras musicales, esas que nos ponen la piel de gallina cada vez que las percibimos, “a mayor honra de Dios y lícito goce del espíritu.”

Cabe citar el testimonio de Cioran en su obra Ese Maldito Yo:

“Bach en su tumba. Lo vi, como tantos otros, por una de esas indiscreciones a las que los enterradores y los periodistas nos tienen acostumbrados, y desde entonces pienso sin cesar en las órbitas de su calavera, que no tienen nada de original a no ser que proclaman la nada que él negó.”

Contrapongamos a ese recuerdo, la frase de J. S. B. que encabeza este artículo.

Para entender por qué se lo considera uno de los más grandes músicos de todos los tiempos, recomendamos escuchar la siguente selección de sus trabajos:

  • Conciertos de Brandenburgo
  • El Clave Bien Temperado
  • Misa en si menor
  • Pasión según San Mateo
  • El arte de la fuga
  • La ofrenda musical
  • Variaciones Goldberg
  • Tocata y fuga en re menor
  • Cantatas sacras 80, 140 y 147
  • Concierto Italiano
  • Obertura Francesa
  • Suites para violonchelo solo
  • Sonatas y partitas para violín solo
  • Suites orquestrales

________________________
1 Por lo tanto, si la medicina hubiera estado más avanzada y la mortalidad infantil más controlada, sus obligaciones domésticas de ocuparse de 20 hijos (y no de 9) no le habrían permitido a J. S. B. llegar a la estatura musical que alcanzó. Un caso más de beneficio general por selección natural.

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Esta entrada fue publicada en 28 noviembre, 2011 por en Música y etiquetada con .
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