El multimonetarismo parece ser, descartada la vuelta al patrón oro, el reemplazo posible para la divisa estadounidense.
«Los maestros ahora tienen algunos problemas» (Wang Qishan, vicepremier chino, refiriéndose a la crisis).
Las economías desarrolladas han decidido deteriorar sus finanzas públicas para ayudar a tapar «agujeros negros» privados. Si la consiguiente aceleración en la creación de dinero diera vida a una inflación «licuadora» de deudas, tornando finalmente la tasa de interés real negativa, entonces enfrentaríamos un mundo inflacionario que ayudaría a disolver la crisis.
Pero si los relativamente exiguos recursos públicos quedaran sepultados por montañas de deuda privada incobrable, no quedaría más salida que un estancamiento de precios al compás de una lenta destrucción de activos crediticios que ninguna política monetaria contracíclica podría contrarrestar, dada su magnitud. La historia del siglo XX nos enseña que los ciclos bajistas en los mercados de valores han durado dos décadas: 1901-21, 1929-49, 1965-82.
Cualquiera sea el panorama que se despliegue durante 2009, ¿seguirá el dólar siendo elegido como reserva de valor? La corrida de acciones y bonos privados hacia bonos estatales en dólares a la que estamos asistiendo podría tornarse en huida hacia activos en otras monedas. Desde fines de 2008, las autoridades de Taiwan prohibieron a las compañías aseguradoras adquirir nuevos títulos de Ginnie Mae, despreciando las garantías del gobierno americano.
De los 10 billones de dólares de bonos (públicos y privados) y acciones estadounidenses en poder de extranjeros hacia fines de 2007, Japón, China e Inglaterra mantenían 1 billón cada uno; los paraísos fiscales, 2; países centrales, 2,5; y 2,5 países subdesarrollados. ¿Cuál de ellos podría tomar el rol de suministrador de liquidez en moneda confiable?
Nótense las cualidades necesarias para jugar tal rol: no restricciones al movimiento de capitales, sistema financiero desarrollado (amplio, transparente, con bajo costo transaccional, líquido), instituciones corporativas serias, ubicación geopolítica apta.
Los países petroleros, que tienen el dilema diario de la colocación de sus sostenidos excedentes, podrían transformarlo en oportunidad para desarrollar su propio centro financiero internacional, pero no cuentan con instituciones acordes (ya su religión dificulta el lucro financiero). China, favorecida por los flujos de comercio, no dispone de un sistema jurídico susceptible de convertirla en guarida masiva de la liquidez internacional.
Si descartamos la vuelta al patrón oro, sólo quedaría volver al multimonetarismo. De esa manera se atenúa el riesgo que genera la incertidumbre cambiaría generalizada. El euro y el yen aumentarían su proporción en las reservas mundiales, desde sus actuales niveles de 27% y 3%, respectivamente, en desmedro del dólar, hoy 63% de dichas reservas. Simplemente sería el fin de una anomalía de larga data, pues la participación de EE.UU. en el mercado financiero global es sólo 30%. He aquí la raíz del reclamo chino y de quienes se les están acoplando.
Pero además, la incertidumbre sobre los tipos de cambio no sólo genera una tendencia a la diversificación (o uso de una moneda compuesta), sino que resulta esperable la disminución generalizada de la propensión a atesorar monedas fiduciarias, cualesquiera sean, dada la incertidumbre de su valor (los países ricos mantienen divisas por el 4% de su producto; los pobres, un excesivo 20%). ¿Para qué atesorar tantas monedas inseguras?
En 1929, cuando los tipos de cambio eran fijos entre sí en términos de oro, las reservas monetarias fiduciarias eran el 40% del total de las reservas, incluyendo el oro, distribuyéndose 45% en libras esterlinas y 55% en dólares. El dólar había ido logrando su rol como moneda de reserva paulatinamente. Cuando en 1933 se devaluaron las monedas contra el oro, todas perdieron credibilidad y los agentes económicos las liquidaron para readquirir el tranquilizador oro. La supremacía de las monedas de reserva nunca fue única ni estable.
Tal vez la distribución de tareas entre las diferentes áreas monetarias haya sido demasiado sencilla desde 1945, debiendo prepararnos para un escenario fragmentado. La naturaleza de los inminentes conflictos bélicos, que las crisis financieras suelen despertar, jugarán un rol decisivo a la hora de delinear esas áreas monetarias.