Discurso fúnebre de Mario Morando (15/9/2006)
Con el enorme privilegio que significa poder hacer uso de la palabra en esta oportunidad tan especial, vengo a despedir, junto con todos ustedes, los restos mortales de Rogelio Frigerio, uno de los argentinos que más admiración me ha despertado. Y este privilegio resulta sólo de haber tenido, como diputado de la ciudad, la iniciativa de declararlo ciudadano ilustre recientemente. Homenaje que ampliamente se merecía.
Tanto quienes creen fervientemente en la inmortalidad del espíritu, como quienes meditan dubitativos sobre el misterioso destino que nos aguarda más allá de esta vida que conocemos, coincidirán que, cualquiera sea el caso, las ideas y el ejemplo de Frigerio permanecerán indestructibles.
No es este el momento de repasar su trayectoria ni de exponer detalladamente sus ideas. Pero sí es la ocasión para tratar de destilar la síntesis de sus valores ejemplares.
Despedimos sus restos mortales.
Pero no despedimos su pasión por el enfoque integral de los problemas, en una época donde la especialización ha fraccionado el conocimiento hasta extremos inútiles.
No despedimos su compromiso intectual. Sus ideas siempre estuvieron al servicio de la acción, como faros que la iluminaron. Sabía que las ideas sin acción son estériles, y que la acción sin ideas sólo puede derivarse de los intereses circunstanciales. Frigerio pensaba no por gusto, sino porque quería mejorar la realidad. Es un ejemplo frente a tantos académicos estériles y políticos improvisados y sin discurso.
Despedimos sus restos mortales.
Pero no despedimos su incansable afán de difundir las ideas. De debatir. De mejorarnos unos a otros con el debate. Hoy, inundados de slogans huecos y de agravios personales que en nada conducen a mejorar la realidad de los ciudadanos, esta virtud resalta fulgurante.
Tampoco despedimos su inclinación popular y nacional. Su preocupación por las generaciones futuras y por brindar progreso sostenido a los trabajadores, lo llevaron siempre a posiciones superadoras que lo alejaban tanto del infantil liberalismo económico como del miope populismo. Siempre tuvo presente que Argentina necesitaba un traje a medida y no uno importado de confección.
No nos despedimos de su compromiso con la cosa pública, tanto más valioso cuanto que provenía de un empresario que podría haberse quedado cómodamente apoltronado en el sillón de alguno de los directorios de sus empresas, criticando sin participar. Y de un intelectual que podría haberse refugiado en la inofensiva academia. Compromiso con la cosa pública que lo llevó hasta a sufrir el exilio y la persecución parlamentaria.
Tampoco despedimos de su coraje cívico e intelectual, demostrado criticando con objetividad hasta a su propio gobierno, o a políticas que gozaban de circunstancial apoyo mediático. Jamás tuvo temor a desentonar en su afán de caminar hacia la verdad. Contrasta con la vigente preocupación por no desentonar con las encuestas.
Es por todos estos valores que él le infundió que su pensamiento sigue vivo. Entre quienes han intentado dotar a Argentina de una doctrina económico-política, Frigerio brilla al lado de Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Juan Baustista Alberdi, Carlos Pellegrini, Alejandro Bunge, Raúl Prebisch, cada uno con su propia luminosidad. Su denodado esfuerzo por formular un cuerpo de ideas sencillas, poderosas y, fundamentalmente, orientadas a la acción, lo colocan a la vanguardia de los pensadores y hacedores argentinos útiles y fructíferos. En mi opinión, durante los últimos 50 años, Frigerio fue el único pensador-político argentino que tuvo ideas claras, además operativas, y que encima las llevó exitosamente a la práctica.
Lo que despedimos hoy son los restos físicos de Rogelio Frigerio. Sus ideas, su método y sus ejemplos quedan para siempre con nosotros y para quienes en el futuro lo estudien, como el raro caso de un intelectual argentino que decidió abocarse a la acción, de un empresario argentino que se comprometió con el bienestar de los trabajadores y de un político argentino buscando la unión nacional a través de una doctrina que nos condujera al progreso.
No le decimos A Dios a Frigerio, sino Gracias, gracias por todo lo que nos dejó para seguir adelante en esta tarea infinita que es el progreso de los seres humanos viviendo en sociedad.
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Discurso del diputado porteño Mario Morando al entregarle la distinción de ciudadano ilustre a Rogelio J. Frigerio en la persona de su viuda (13/9/2007)
El 24 de agosto del año pasado la Legislatura de la ciudad le otorgó a Rogelio Frigerio la distinción de Ciudadano Ilustre. Tres semanas después fallecía a los 91 años. Hoy se cumple un año de su fallecimiento y nos encontramos reunidos para hacerle entrega de la distinción en la persona de su esposa. Están presentes sus hijos, nietos y bisnietos, el más joven de los cuales cuenta con 2 meses y también se llama Rogelio. También amigos, militantes del MID y diputados de otras fuerzas políticas.
Su meta siempre fue unir y no dividir, para multiplicar las energías para construir un país mejor y sustentable. Por eso, del mismo modo que lo hizo en vida, ha reunido aquí a los dos más ilustres representantes de las fuerzas políticas mayoritarias tradicionales, del peronismo y del radicalismo respectivamente, los ex presidentes Dres. Duhalde y Alfonsín, con los que me honra doblemente compartir este homenaje. A estos movimientos nacionales tradicionales se le ha agregado el nuevo movimiento nacional del macrismo, cuyo líder no ha asistido por encontrarse de viaje.
Estos dos ilustres representantes tienen en común que ambos recibieron un país, no servido en bandeja sino en llamas, y por eso aprecian la inteligencia teórico práctica fulgurante de Frigerio. El evangelio de San Mateo, en su capítulo 7, versículo 15, dice: “Por sus frutos los conoceréis”.
Rogelio Julio Frigerio nació en Buenos Aires el 2 de noviembre de 1914, en una casa de la calle Dorrego, a tres cuadras de la Av. Córdoba. Sus padres eran italianos del Lago di Como. En su adolescencia se mudaría a Villa del Parque. Es decir que, con una breve estadía de un par de años en la cercana localidad de Caseros y su obligado exilio de un año en Montevideo, la mayor parte de su vida transcurrió como porteño; vecino del barrio de Belgrano.
Concurrió a la escuela San José, donde un sacerdote lo convenció para ingresar al seminario de Devoto, cosa que hizo a pesar de la resistencia de sus padres, quienes lo trasladaron entonces pupilo a un colegio americano de la calle Simbrón. Cursó libre primer año nacional y luego ingresó en la Escuela Comercial n° 1. Si bien de niño había resultado el más travieso entre sus ocho hermanos, de adolescente demostró una gran aplicación a la lectura independiente.
Llegando a joven ingresó a la Juventud Socialista, de donde fue separado por díscolo, a pesar de ser un estudioso apasionado de Marx. Fue redactor de revistas estudiantiles y secretario general de la agrupación de estudiantes universitarios Insurrexit. A los 19 años colaboró con “Claridad”, un semanario que constituía una tribuna de la literatura de izquierda latinoamericana. El servicio militar lo prestó como ayudante de topógrafo en la cordillera neuquina.
Durante un curso de filosofía que él mismo dictaba en la década del ’30, conoció a Noemí Blanco, su compañera de toda la vida, y con la que criaron cinco hijos: Octavio (ingeniero agrónomo), María del Carmen (arquitecta), Alicia (licenciada en física), Mario (ingeniero electrónico) y Alejandro (abogado). Entonces dejó de lado su incipiente actividad política y se concentró en la administración de las empresas del grupo familiar dedicado a tiendas y textiles.
Pero en 1940, a los 26 años, su pasión por el estudio interdisciplinario lo llevó a constituir un equipo de amigos interesados desde la filosofía hasta la economía, pasando por la matemática y la física, y que integraba, entre otros, Ernesto Sábato.
El entusiasmo para fundar la revista “Qué sucedió en siete días” surgió de la asunción de Perón como presidente luego del 17 de octubre. El primer número apareció en 1947. Como inicio de una serie de notables aciertos de predicción, se puede señalar su visión de que no se ingresaba –como muchos lo anunciaban- en la tercera guerra mundial, sino en un mantenimiento de la paz a través de la coexistencia pacifica entre los dos grandes bloques. Preanunciaba la explosión de la paz en vez de la guerra.
En 1956 fue presentado al Presidente de la Unión Cívica Radical, Arturo Frondizi, con quien rápidamente congenió. Se revitalizó la revista “Qué”, con una tirada de hasta 200 mil ejemplares semanales, constituyéndola en atalaya intelectual desde la cual edificaría su doctrina de acción: el desarrollismo, y en una herramienta para el debate de los temas nacionales. Entre sus columnistas figuraban Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche.
La doctrina del desarrollismo postulaba la importancia nuclear de fomentar el desenvolvimiento de la industria pesada, para atacar el deterioro de los términos de intercambio comercial hacia nuestros productos primarios, logrando la integración económica dentro de nuestra frontera. Combinaba equilibradamente las ventajas del libre mercado y la iniciativa privada con la gestión estatal inteligente para custodiar al mercado cuando las estructuras oligopólicas amenazaban controlarlo.
Así, el desarrollismo se enfrentaba al monetarismo, dado que atacaba la causa estructural de los problemas y no sus manifestaciones, y veía en la industria la fuente de progreso de las mayorías obreras. Tampoco abonaba la racionalización del sector público en medio de las crisis, sino cuando hubiera inversión suministradora de trabajo. Del populismo lo separaba su enfoque de mediano plazo por encima de la miopía del corto plazo, su limitación al crecimiento del gasto público a expensas del privado y su aceptación del capital extranjero para movilizar, en beneficio nacional, los recursos internos. Con el llamado “estructuralismo cepaliano”, no compartía la simpatía por el control de precios, incluyendo el tipo de cambio, ni por los aumentos de salarios previos a los aumentos de productividad, por autodestructivos, y consideraba una utopía basar una estrategia de exportaciones no tradicionales en la beneficencia arancelaria de los países dominantes.
Hacia 1956, Frigerio se constituyó en negociador para enhebrar una alianza con Perón en el exilio. Esto revelaba otras dos características del desarrollismo: su orientación nacional y popular. Con el apoyo del líder peronista, Frondizi accedió a la presidencia en 1958. Así se reunían, aunque no de un modo perfecto, por primera y única vez, los dos grandes movimientos nacionales argentinos.
El gobierno desarrollista recibió durante su gestión el fuego cruzado de movimientos desestabilizadores de origen militar y sindical. En 1959, por ejemplo, llegaron a estallar más de cien bombas en un solo día. Sin embargo, hasta su derrocamiento en 1962, el equipo de gobierno, donde Frigerio tenía amplias atribuciones como el más estrecho y decisivo colaborador del Presidente, logró: a) el autoabastecimiento petrolero, eliminando importaciones que abarcaban el 25% del total, mediante el crecimiento de la producción local a un ritmo del 30% anual; b) triplicar la producción de acero, con la puesta en marcha de SOMISA; c) quintuplicar la producción de caucho; d) crear la industria automotriz; e) duplicar la inversión bruta fija; y tantos otros logros.
Luego del golpe militar de 1962, se exilió casi un año en Montevideo. El 5 de marzo de 1964 creó, junto con otros camaradas, el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), desde el cual continuó la lucha por el desarrollo nacional. En 1972, a diferencia de muchos políticos que trataban de obtener réditos de la proscripción del peronismo, Frigerio retoma su papel de interlocutor con Perón con la ilusión de organizar un Frente Nacional que liderara una revolución desarrollista en las estructuras económicas. Si bien sus gestiones fueron útiles para la “operación retorno”, no logró plasmar la unidad deseada. Especular sobre cómo habría seguido la historia democrática de prosperar esta idea, será siempre uno de los enigmas contra-fácticos más interesantes de nuestra historia: el liderazgo de Perón aunado a la potencia intelectual de Frigerio.
La independencia que siempre lo caracterizó, no lo hizo dudar a la hora de criticar el plan Gelbard como contrario a los lineamientos de Perón, con la misma clarividencia con que lo había hecho con el plan Alsogaray bajo el gobierno de Frondizi, también con Krieger Vasena y como luego lo haría con Martínez de Hoz. Otra muestra de su sabiduría fue cuando denunció, yendo contra toda la enorme corriente en boga, a la incursión militar argentina en Malvinas como un error estratégico tanto militar como político, anticipando la mutilación definitiva de nuestra geografía. Los hechos casi siempre le dieron la razón, sencillamente porque él, a diferencia de la mayor parte de sus colegas, no dudó nunca en ajustar la razón a los hechos y no a los intereses circunstanciales.
Por eso su pensamiento sigue vivo. Entre quienes han intentado dotar a Argentina de una doctrina económico-política, Frigerio brilla al lado de Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Juan Baustista Alberdi, Carlos Pellegrini, Alejandro Bunge, Raúl Prebisch, cada uno con su propia luminosidad. Su denodado esfuerzo por formular un cuerpo de ideas sencillas, poderosas y, fundamentalmente orientadas a la acción, lo colocan a la vanguardia de los pensadores argentinos útiles y fructíferos.
En una treintena de libros formuló su pensamiento, y también en incontables entrevistas y artículos periodísticos. Es cierto que su rigor científico no era pleno; en especial su minimización de los factores institucionales-jurídicos opacados por su enfoque ofertista, y su falta de consideración del límite a la sustitución de importaciones. Pero ¿cuántos escritos académicos argentinos “rigurosos” han resultado útiles para la acción y han brindado sus frutos? Vale la pena releer su obra en perspectiva.
Su compromiso apasionado con la cosa pública, tan raro en nuestros empresarios que miran los problemas desde afuera, como para poder criticar sin ser criticados, fue otra de sus raras virtudes. En 1983, casi a los 70 años, el comité del MID lo ungió para liderar la candidatura a presidente nacional. En tal ocasión declaró que “el objetivo de esta tarea es enriquecer el debate nacional, menoscabado y soslayado por la partidocracia. (…) Para obligar al debate sobre los contenidos programáticos, para que todos estén esforzados a pronunciarse, no en verso sino en prosa”. Dos décadas después, ni siquiera partidocracia tenemos.
Por su esfuerzo intelectual para formular una doctrina económico-política para el desarrollo nacional (doctrina aún pendiente de reformulación) y su consiguiente acción para llevarlo a cabo, por su compromiso sin cálculo con la cosa pública, por su dimensión humanística de la cultura (en una época de miopía especializadora) y su cultivo intenso de amistades con otros porteños de ley, es que Rogelio Julio Frigerio fue declarado por esta Legislatura, Ciudadano Ilustre de esta ciudad. Estoy seguro de que no somos pocos quienes lo recordaremos siempre como mucho más; como lo que fue: un modelo de Argentino Ilustre.