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El blog de Mario Morando

Instituto Peralta Ramos: Más que 100 años…

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Cuando ingresamos en 1965, el colegio cumplía 60 años. El centenario nos encuentra con 40 años a cuesta de historia colegial. Sintetizar vivencias en cuatro párrafos será como tratar de recrear una lluvia a través de sólo cuatro gotas. Pero cuatro gotas son cuatro gotas.

El primer día de clase; los padres rebasando ansiosos y esperanzados el aula de nuestra primera maestra, Marta González, con quien practicáramos y practicáramos los palotes. Las relecturas, dictados y ejercicios de la que fuera nuestra tres veces exigente maestra, Noemí García, con la que aprendimos más que en toda la posterior Universidad. Las visitas diarias del enérgico director Hno. Víctor Cavia, que tanto hizo progresar al colegio. La bonhomía del director Teófilo Senosian. Las primeras discusiones sociales con el Hno. Horacio. Las interesantes clases de educación democrática de Luis Vázquez Ávila bajo pleno gobierno militar. Las clases de inglés-gallego de un humanista como el Hno. Jesús des López, quien nos compuso a cada uno nuestra semblanza en verso, tan acertada, que aún nos acompaña. Las clases de castellano-gallego del Hno. Augusto Porro. Las inolvidables clases de gimnasia con el Prof. Alvear, tan recio y querible como John Wayne o Glenn Ford, que nos acompañó desde nuestras primeras prácticas deportivas hasta el desfile marcial de quinto año que nos condujo al mundo exterior.

El frío de invierno a la mañana durante el izado de la bandera. El sueño invencible durante la primera hora de clase. El aroma de la cocción de los alfajores Havanna al salir al primer recreo (¡y no siempre podíamos comprarlos!). Las torturas que les infligíamos a ciertos compañeros selectos en el recreo. Ganar y perder jugando a las figuritas. Las competencias de yo-yo. Carreras de autitos con peso regulador de plastilina. La ansiedad de calcular cuánto faltaba para volver a casa a almorzar. La consiguiente pesadez estomacal para la clase de gimnasia de la tarde. Los dolores de cabeza de aprender inglés en el recién establecido turno tarde. Y borrar y borrar el jarrón a dibujar en la interminable clase de dibujo.

Las agridulces competencias olímpicas, sumando y restando vertiginosamente victorias y derrotas. La ansiedad inocente de monitorear mensualmente nuestra posición en el cuadro de honor y la desesperación adolescente de recibir un boletín con el que poder zafar. La lengua afuera y puntadas en el bazo al correr las cuatro vueltas alrededor de la Villa. La sorpresa de asistir al velorio de nuestro propio maestro el Hno. Feliciano y el enorme dolor de la pérdida del queridísimo compañero Alejandro Porfiri.

La algarabía de disfrutar de las innumerables travesuras. Del tiro al Negro y los asados del Sr. Palermo durante las kermesses. De la infinita ilusión de la Primera Comunión. Del volver caminando a casa en manada con compañeros que se iban distribuyendo a sí mismos a medida que llegaban. Del «punto malo» que nos ponía el Hno. Leandro. De la química del Dr. Fini, la física del Hno. Nemesio, la geografía del Hno. Julián (fino calígrafo) y la historia del Prof. Selemín. De los partidos de fútbol con los Hnos. Antonio Ostojic y Téofilo Martínez, con sus sotanas al viento. De haber asistido todos juntos a un teatro de revistas para festejar nuestra promoción a 4to. Año, y luego habernos ido a Mangrullo 10 a jugar a «la bomba va», donde se produjo inusitadamente una prolongada guerra de proyectiles como jamás se ha visto en película alguna. La expectativa del viaje de egresados y de su organización.

Tantas evocaciones no surgen de la nada, sino del fondo de nuestro ser. De lo más profundo de nuestra estructura psíquica, que una vez moldeada en el crisol cristiano del Peralta Ramos, debió salir a ganarse el pan con el sudor de su frente y a contrastar lo que había aprendido con la realidad exterior. Y que desde entonces extraña ese ambiente colegial organizado, riguroso, con premios y castigos claros, repleto de camaradería y amistad, como el alma extraña, luego de su caída, el Paraíso Terrenal.

Vivan Jesús, María, José y Champagnat. Y viva por siempre, con orgullo de valientes, el Instituto Peralta Ramos.


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Esta entrada fue publicada en 1 noviembre, 2005 por en Homenajes y etiquetada con .